Educación

Descontrol educativo

La Razón
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El informe PISA, que desde el año 2000 mide la calidad educativa de los países pertenecientes a la OCDE, es demoledor con España. Los datos publicados ayer ponen de manifiesto la deplorable mediocridad de la escuela española, que se sitúa a 12 puntos de la media en conocimientos matemáticos, científicos y literarios. Es decir, en todo. A lo largo de esta década, la preparación de los jóvenes españoles ha caído en picado y ni siquiera el maquillaje estadístico aplicado por el Gobierno socialista ha servido para lavar su imagen entre los países desarrollados. Si hace diez años la calificación española alcanzaba los 493 puntos, en 2010 ha bajado a los 481, un retroceso muy por encima de la media de la OCDE. Al parecer, la causa del bajón radica en el alto porcentaje de alumnos repetidores, que en nuestro país se sitúa en el 36%, uno de los más altos del mundo. Sea como fuere, resulta sarcástico que el Ministerio de Educación hablara ayer de «estabilidad» de la educación española. Efectivamente, no hay nada más estable que algo muerto e inerte. Y lo que muestra este tercer informe PISA es el encefalograma de un cadáver. Ése es el fruto de una ley, la Logse, que pusieron en marcha los gobiernos socialistas de Felipe González y que recuperó el primer Gobierno de Zapatero por motivos estrictamente ideológicos y partidistas. Aznar impulsó, aunque algo tarde, una ambiciosa reforma que se plasmó en la Ley de Calidad de la Educación, pero que jamás vio la luz debido a la victoria del PSOE en 2004. La conclusión está a la vista de todos y no ofrece dudas: España ha perdido una década no sólo para ascender en el ránking de calidad, sino que además ha bajado hasta situarse a la cola de las naciones desarrolladas. La gran «aportación» de la era Zapatero a la escuela española es la imposición de una nueva asignatura, Educación para la Ciudadanía, cuyos propósitos de adoctrinamiento, al estilo de la FEN franquista, han suscitado una amplia oposición y objeción de conciencia entre los padres de los alumnos. Los tres ministros de Educación que se han sucedido en los últimos seis años han sido incapaces de liderar una reforma profunda, rigurosa y responsable para devolver a la escuela la calidad y excelencia perdidas. La hipoteca ideológica, típica de una izquierda que pefiere adoctrinar antes que formar, ha lastrado el consenso básico que necesita España en este terreno. El ministro Gabilondo, que llegó al cargo con la firme voluntad de enderezar un sistema educativo fabricante de mediocridades, se ha desvanecido en discursos diletantes y estériles. Ha fracasado. Tal vez no haya percibido en toda su dimensión lo que la sociedad española se juega en el envite. Ya no se trata de que las agencias o los informes de calificación internacionales nos dejen en ridículo. Lo realmente importante es que en la escuela nos jugamos el futuro de la nación, la formación de las nuevas generaciones y la competitividad de un mercado de trabajo que no tiene otra salida que el valor añadido aportado por el conocimiento. Sin embargo, la realidad que refleja el informe PISA es muy otra: una indigencia educativa que es consecuencia de la estulticia del Gobierno socialista.