Barajas
Donde las dan
En pocas ocasiones lo he visto tan pletórico. Seguro, contundente y divertido. José Blanco no daba crédito a lo que oía: «El ministro de Fomento es un inútil total y un caradura». Miraba a Rajoy con estupor, delirio y asombro. Ululaban los diputados socialistas. Rajoy calmaba a los vociferantes. Bono, el deslenguado descortés, le recordaba a Rajoy que él era el encargado de poner orden en el hemiciclo. «El ministro de Fomento es un inútil y un caradura».
Y Rajoy sonreía mientras la bancada socialista barritaba como una manada de elefantes que acude a un maizal y se encuentra que ya no hay maizal sino un campo de golf. Y Rajoy que lo aclara. Anuncia que él sería incapaz de dedicar tamaña grosería a un miembro del Gobierno. Que la frase no era suya. Que el autor de la misma se llama Alfredo Pérez Rubalcaba, y que la emitió en 1999, siendo ministro de Fomento del primer Gobierno de Aznar Rafael Arias-Salgado. Le llamó Rubalcaba «inútil y caradura» porque se habían producido una serie de retrasos en el aeropuerto de Barajas de hasta tres horas. Entonces, la bancada socialista dejó de barritar y la popular estalló en carcajadas y aplausos. Como se dice en la real calle, se la había metido doblada con empuñadura y todo. Rubalcaba se mesó la barba, Blanco respiró tranquilizado, la ovación se prolongó y Rajoy mantuvo su estética de buena educación desde la sonrisa, porque la situación justificaba una risa sorda con inclinación hacia delante del tronco y sujeción ventral con las dos manos. No recuerdo la reacción de Zapatero, porque me sucede lo mismo que a decenas de millones de españoles. Que lo que dice y hace Zapatero ha pasado a formar parte de lo anecdótico y superficial.
Lo dijo Churchill: «Cuando se insulta al adversario hay que hacerlo al oído del insultado y, si es posible, sonriendo. Todo menos que salga en los periódicos». Claro, que también Rubalcaba, en horas dolorosísimas, y en plena jornada de reflexión con más de cien cadáveres en la mirada, dijo que los españoles no se merecían un Gobierno mentiroso. Lo pronunció quien, a la postre, se ha convertido en el vicepresidente del Gobierno más mentiroso de nuestra Historia. Las manipulaciones y torpezas en el léxico pueden ser útiles en el momento, pero a la larga se revuelven contra el manipulador y el torpe.
Los españoles vieron el jueves cómo acurrucaba en la esquina a los malotes del Gobierno el que va a ser el próximo Presidente del Gobierno de España. Zapatero leyó su guión, y Rajoy usó del parlamentarismo, eso que se está perdiendo por culpa del reglamento y la oscuridad intelectual de un alto porcentaje de nuestros diputados. Y en un Parlamento, la oratoria culta siempre triunfa sobre la lectura de un conjunto de folios escritos por asesores desmoralizados. Porque ya me dirán ustedes qué nivel de moral y de ilusión pueden tener en los actuales tiempos los asesores de Zapatero. Más o menos el mismo que el del enamorado y devoto novio que acude a rezar a una iglesia y se apercibe que se está celebrando una boda y la novia es la suya.
Así estamos. España es una nación en la que nadie, incluidos sus ministros, creen en su Gobierno. No se sabe a qué esperan para irse y convocar elecciones. Pero se agradecen los buenos golpes parlamentarios, esos que desnudan el cinismo y la mala educación de los mentirosos. Lo siento por el pobre Blanco, que pasó por unos minutos tremendos cuando Rajoy empleo las palabras de Rubalcaba, que está –según él– recorriendo sus últimos metros en la política, y a ver si es verdad por esta vez.
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