Automóvil
La claraboya asesina por Julián REDONDO
En el centro de Johannesburgo no cabe un alma. Es la calle Preciados en Navidades, pero con coches, y en el día en que África inaugura su primer Mundial. El conductor del autobús sintió que se le aflojaba el esfínter y aceleró para huir de la marabunta. Vio el puente, pero no calculó la altura. Entró a todo trapo y el techo del vehículo se fue desprendiendo con estrépito. Primero, pintura; luego, el equipo de aire acondicionado estrellado contra el asfalto y «barrido» en un santiamén por hábiles manos, miseria y hambre; y al final, la claraboya, descolgada en el interior en las narices de los perplejos enviados especiales españoles. Alguno, pálido, pensó en un atentado, ¡qué trompazo! El conductor ni se inmutó, aceleró y, entusiasmado por descubrir un atajo, ni se detuvo a mirar los desperfectos. Los periodistas dejaron la claraboya asesina en el piso. Fuera, el estruendo de las «vuvuzelas», la fiebre amarilla, el fragor de una batalla lúdica, la rapiña; dentro, el asombro. ¿Precaución, amigo conductor?
Ruido al solEl comienzo del Mundial ha sido muy sonoro. Las «vuvuzelas» empezaron a sonar el jueves por la tarde y así continuaron durante toda la noche, y toda la mañana, y durante el debut de Suráfrica. Y así seguirá siendo todo un mes.
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