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En el corazón de Argentina por Diego GÁNDARA

La Razón
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Era un clásico. Todos los años, en la Feria del Libro de Buenos Aires (que curiosamente está llevándose a cabo en estos días), la llegada de Ernesto Sabato se esperaba como se espera la llegada de una eminencia, la presencia de un personaje milenario que debe entregar un mensaje de inmediato para no ser devorado por las llamas de su propia desesperación. La gente se agolpaba en la puerta y lo seguía por los pasillos del recinto hasta una sala repleta en la que el escritor argentino, frente a un público entregado, pronunciaba una conferencia o mantenía una charla con algún periodista obsecuente sobre el estado del mundo, sobre la naturaleza humana, sobre los horrores de la existencia, sobre la angustia que tanto lo había acompañado y que, con el paso de los años, acabó convirtiéndose en un lugar común, en el eslogan, casi, de su vida.

Una vez terminada la charla o la conferencia, Sabato se dirigía entonces al «stand» de la editorial que publicaba su obra y se sentaba a firmar ejemplares. Como la cola de admiradores podía ser interminable, el escritor despachaba rápidamente a sus seguidores y estampaba su apellido en cualquier papel que le acercaran: podía tratarse del programa de la Feria, de alguno de sus ensayos, de alguna de sus novelas o incluso del «Nunca más», el libro que la Conadep (la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, que Sabato presidió) publicó en 1984 sobre el terrorismo de Estado que asoló la sociedad argentina entre 1976 y 1983 y que contó con un prólogo suyo.

Era previsible: personaje contradictorio, hombre de berrinches fáciles, que siempre se las ingenió para estar en el lugar adecuado y en el momento justo, el retorno de la democracia en 1983 lo transformó en una figura pública y lo encumbró en un modelo de ser humano, hasta el punto de que su condición de icono eclipsó su trayectoria como escritor de ficción.

Eso sí: en aquellos años de exaltación de los valores democráticos, Sabato logró entrar en el corazón de los lectores argentinos gracias a que su novela más famosa, «El túnel», enseguida pasó a ser de lectura obligatoria en los colegios. Cualquier estudiante de entonces, así, fue capaz de reconocer de inmediato el trazo grueso del escritor y de aprender de memoria uno de los comienzos más conocidos de la historia de la literatura argentina: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona». Eso mismo, quizá, podrá afirmarse en los años venideros sobre Ernesto Sabato: el tiempo dirá si sus libros habrán sido más importantes que su persona o viceversa. De momento, en la Feria del Libro de Buenos Aires, se echará de menos su presencia.


Diego GÁNDARA