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La manía

La Razón
La RazónLa Razón

Auna persona equilibrada le resulta muy difícil imaginar la fase álgida de la bipolaridad. Pero nuestra sociedad evoluciona de tal manera hacia la «psiquiatrización» que las variantes de la manía no hacen sino multiplicarse. Tengo una amiga que cuando está eufórica entra en una joyería y se compra carísimos complementos a plazos. Después sobrevienen el problema para pagar y la culpa y, tan pronto cae en depresión, vuelve a la tienda hecha un mar de lágrimas y mendiga poder devolver lo comprado. También cuento entre mis conocidos con un abogado que, cuando se crece, llega a los tribunales desafiando a los jueces, derrochando facundia y exagerando su propio talento. Esa misma persona, una semana después, se esconde en su dormitorio, desatiende a los clientes y se niega a acudir al juzgado.
Hay quien entra en fase maníaca de prodigalidad e invita a todos, se ofrece a pagar deudas ajenas y asume compromisos económicos que después, en fase baja, le dan para poner verde a quienes «viven a mi costa» y maltratar a los que amparó. Resulta muy difícil, en fin, ponerse en el pellejo de quien vive sometido a un tobogán personal que unas veces lo coloca en lo más alto y otras, en lo más bajo de la autoestima. El enfermo tarda a veces años en descubrir su patología y atribuye a cambios de ánimo el que en ocasiones esté dispuesto a descubrir América y encabezar la conquista y otras sólo discurra cómo quitarse la vida.