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Cultura de la transición

La Razón
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En estos tiempos donde solemos mirar al pasado con un mayor grado de mistificación, es interesante detenerse brevemente en uno de los principales «monumentos emocionales» de nuestra democracia: la Transición. Afirmar que este periodo supuso el principio de muchos relatos vigentes en la actualidad sería reincidir en un lugar común que cansa por la obviedad de sus argumentos. Pero, con todo ello, si especificamos algunas de estas narrativas, podremos seguir arrojando luz sobre algunos de los aspectos más singulares de la actual sociedad española. Por ejemplo, una de las realidades más poderosas que se gestaron durante aquellos años fue el plus de legitimidad que, en cuanto a discurso, valores éticos y gestión de la cultura, adquirió la izquierda –y, más concretamente, el PSOE. Y, entiéndase bien, no se trata de hacer de la reflexión de este «plus de legitimidad» una nueva excusa para la confrontación política, porque lo que se busca con esta observación es poner de relieve un hecho que forma parte de la literalidad del comportamiento de los españoles.

En una situación de normalidad o de «anormalidad moderada», la izquierda, en este país, pesa diez veces más que cualquier otra opción. No existe simetría alguna en la recepción que de las opiniones vertidas por unos y otros realiza el entramado social: los argumentos dados por la izquierda se limitan a decir naturalmente aquello que pretenden comunicar; los argumentos que, por el contrario, surgen de posiciones distintas –centro-derecha– terminan por convertirse en un metadiscurso. Primero tienen que justificar por qué se dicen, y, cuando ya han aclarado este extremo, entonces proceden a expresar , como a contrapelo, cuanto desean. Dicho de otro modo: si no perteneces al espectro ideológico de la izquierda, cualquier opinión vertida ha de convertirse en una justificación de su propia razón de ser. Y esto resta fuerza al discurso y actúa como freno de las ideas vehiculadas por él.