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Carlos Larrañaga continúa en la UCI por Jesús Mariñas
Nunca Carlos tuvo la intención de batir récords, aunque marcó una época con sus sonados romances, que incluyen a casi todas las que compartieron cartel con él. Sólo se salvó Concha Velasco –quien ha conseguido dar la puntilla al repetitivo «Cine de barrio», que baja como no lo hacen las temperaturas–, porque a Carlos no le gustaba.
Le parecía zafia, aunque compartieron tablas en «The boyfriend» y «Los derechos de la mujer», del hoy olvidado Alfonso Paso. Lo archivaron al igual que a un Benavente del que sólo se acuerda Nati Mistral, doliente malquerida del Nobel. Con Closas y Arturo Fernández, ya octogenario, marcaron un estilo de galantería teatral y hasta competían no sólo artísticamente. Larrañaga sigue internado en Benalmádena y Amparo, en sustitución del cirujano que operó al actor, ejerce de portavoz familiar. María Luisa Merlo así me lo reconoce en una conversación:
–Mi hija nos distribuyó los cometidos para que nadie metiera la pata. Yo tengo a mi cuidado a su hijo, mi nieto de 12 años, que es una bendición del cielo. Carlos saldrá de ésta.
–Sí, pero ya son cuarenta y cinco días en la UCI, casi establece una marca en cuidados intensivos. Asusta....
–Lo superará. La operación fue estupenda, pero surgieron complicaciones que nada tuvieron que ver con el tumor de vejiga. Nadie contaba con esto, aunque suele ocurrir.
– ¿Mantenéis la intención de reaparecer juntos treinta años después, ya que no pudo ser en Gijón el 9 de febrero?
–Sí, claro. Si todo sale como esperamos, será en la Semana Grande de San Sebastián, luego continuaremos en Bilbao para debutar en Madrid a primeros de octubre. Ya estaba todo vendido. La comedia, muy divertida, es americana y se titula «Quizá, quizá». Parece un bolero.
Resulta ejemplar la conducta actual de la que fue una de las parejas más exitosas de nuestro teatro, émula de la que en tiempos compusieron María Fernanda Ladrón de Guevara y Rafael Rivelles, progenitor de Amparo, lo más internacional de tan destacada saga que propició mi debut en esta profesión. Marisa Fernanda fue en mi vida una especie de hada madrina y pasé muchos veranos de joven en su compañía, siempre pendiente de tejer alfombras interminables; de hecho, la Merlo acaba de repartir a sus hijos alguna mantelería bordada por su abuela. No sólo poseyó el ingenio y las manos más exquisitas que puedan soñarse –cualidad heredada por su hija Amparo–, sino que hacía primores llamados «labores del hogar». Manolo Insúa, hermano de quien escribió «El negro que tenía el alma blanca», fue su último compañero tras Rivelles y Pedro Larrañaga, progenitor de Carlos, que era como un James Dean español, pero más atractivo y con mayores registros interpretativos. Para la historia queda «El extraño viaje», de Fernán Gómez –así rebautizado tras prohibirles llamarlo «El crimen de Mazarrón», un ejemplo de cine negro con un aire goyesco o de Clouzet.
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