España
Shalit
Hace cinco años, un soldado israelí de diecinueve años fue secuestrado por los terroristas palestinos de Hamas. No fue hecho prisionero en una guerra declarada y amparado por todos los derechos que corresponden a cualquier prisionero de guerra. Desapareció. Nuestro Gobierno, como siempre sucede cuando la víctima es israelí, mira hacia otro lado. Y los cejeros que barritan no se han enterado todavía del suceso. Ahora están escondidos, temerosos de que salgan a la luz todas las trampas de la SGAE, de las que algunos de ellos han salido beneficiados con holgura. Pero aun así, con el escándalo de la SGAE sobrevolando sus cabezas y sus bolsillos, de haber sido secuestrado un terrorista de Hamas, ellos habrían organizado toda suerte de reuniones vociferantes para acusar de «asesino» al Estado de Israel, única democracia de Oriente Medio. No podría darse el caso, porque en Israel se detiene, se juzga, se absuelve o se condena con todas las garantías procesales.
Los de la flotilla esa que promociona Guillermo Toledo y en la que jamás embarca Guillermo Toledo porque se marea tendrían que haber demostrado algo de humanidad y enviado a un representante a la concentración que tuvo lugar en Madrid con el fin de exigir a Hamas la liberación del soldado Shalit. La concentración se reunió en torno al monumento a la Constitución en los jardines que alegran, junto al Paseo de la Castellana, el Museo de Ciencias Naturales y la Escuela de Ingenieros Industriales. Una lástima. No se trataba de acercarse al Partido Popular. Se trataba de pedir a unos terroristas el respeto a una vida humana, la del soldado Shalit, secuestrado hace un lustro y de cuyo destino muy poco o nada se sabe.
La izquierda en España es sorprendentemente antisemita. Odia a Israel. Quizá por lo que Israel representa. Un Estado de Derecho. Una democracia. Una nación unida contra el poderoso enemigo que no tiene otro objetivo que pulverizarla. Israel sabe defenderse, claro. Los israelitas son hijos y nietos de aquellos héroes que sobrevivieron a la tortura de los nazis de Hitler y los soviéticos de Stalin. Son hijos y nietos de los millones de víctimas que fueron exterminadas por los dos sistemas más crueles y sanguinarios de la Historia Contemporánea. Son los descendientes del éxodo y del abrazo. Los que convirtieron un trozo del desierto en un vergel, y ya alcanzado el vergel, los palestinos se lo quieren arrebatar. Soy partidario, cómo no, de la creación de un Estado palestino –al que los palestinos renunciaron–, siempre que esa nueva nación no se asiente sobre la sangre de su terrorismo. Israel y Palestina pueden convivir sin problemas siempre que la segunda no tenga como único objetivo destrozar a la primera. Israel, aun en Oriente Medio, es Europa. Los israelitas son descendientes de rusos, polacos, españoles, alemanes, americanos, franceses… Descendientes de los que supieron superar todas sus diferencias para unirse en la creación de una nación moderna y admirable. A la izquierda de España no le pasma ni le emociona la odisea de la resistencia, la firmeza ante el exterminio, la solidaridad de un pueblo disgregado que terminó levantando una nación. La izquierda está con Hamas. No se sabe dónde está Trinidad Jiménez. Podría haber asistido a la concentración que pedía la liberación del soldado Shalit. Ella no tiene que sentirse preocupada por el escándalo de la SGAE, como sus cejeros. A no ser que nos salga ahora con que compone cancioncillas.
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