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Fiesta y cohete

La Razón
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No soy festivo. Lo sería de no existir los cohetes. Me temo que por ahí tengo poco de mediterráneo. Leo todos los años las noticias de fallecidos, quemados y mutilados por esa inconmensurable necedad. El cohete, el petardo, la española explosión que a nada lleva. Los fuegos artificiales, con el mérito y respeto que merecen los maestros de la pirotecnia, se me antojan lo más cimero de la cursilería. De golpe, en el negro espesor del cielo, una palmera multicolor. Muy bien y bastante bonito. ¿Para qué? En la franja del oriente de España se considera un arte y no lo pongo en duda. Un arte que pasma y se derrocha, pero ahí están las tradiciones. Prohibido prohibir. En esa simpleza se consolida el principio de la libertad. También se prohíbe prohibir la sinceridad, y la voz libre que se topa con lo políticamente correcto. Y para mí, que el cohete, explosione en Madrid, en Valencia o en la aldea más humilde y recóndita, apunta a nuestro común espíritu paleto. El cohete es anuncio, no fiesta.

Durante mi infancia, los pescadores de San Sebastián sabían de lo que sucedía en el campo de Atocha gracias a los cohetes. Un gol de la Real Sociedad, cohete al aire. Un gol del equipo visitante, dos cohetes. El ruido informaba. Y se celebraba el triunfo o se lamentaba la derrota desde el cabo Híguer, allá en Fuenterrabía, última roca de España, hasta la boca de Orio o el Ratón de Guetaria. Porque el camino de la mar es libre y abierto y las explosiones informan. Pero tirar un cohete por el simple placer de oír su explosión me parece una bobada de discutible gusto. Un gasto sin sentido. Un error festivo.

El 15 de agosto España se arruina en cohetes. Quizás mejor hacerlo de esta manera que arruinarse pagando impuestos como desea José Blanco, el dueño de las verdades a medias, es decir, el señor de la mentira. Tiene que esquilmar más a los contribuyentes para pagar las obras públicas paralizadas. «Somos los que menos pagamos en Europa», dice con contundencia. Se calla que también somos los que menos ganamos en Europa. Nos quiere equiparar en los impuestos, que no en los salarios. Un cohete político. Aumentar la depredación impositiva en España equivale a pulverizar la ilusión por el trabajo y la excelencia.

Lo mejor en España, a partir de ahora, será luchar en pos de la mediocridad. Aquel que sobresalga por algo, tendrá al inspector de Hacienda hasta en su cama. No si se trata de Saramago o de los enchufados de siempre. Pero el que destaque, el que trabaje más que el resto, el que ingrese una mayor cantidad que la permitida por la mediocridad impuesta, habrá de hacerle un hueco en su cama entre su cuerpo y el de su mujer –o el compañero sentimental, para que no se enfade Zerolo–, para que descanse junto a ellos ese señor bajito y con bigote que caricaturiza desde el franquismo al agente del Tesoro. No todos tienen la suerte de ser comunistas, deber tres millones de euros a Hacienda, escribir al ministro de turno y que éste le perdone más de la mitad por su cara bonita. En Portugal no lo han entendido. Pero me desvío. Todo es un cohete. O explosiona en la altura o nos arranca tres dedos de la mano. Este Gobierno nuestro no es sólo pirotécnico, sino pirómano. Se quema y nos extiende el fuego de casa en casa. «Hay que pagar más», dice el dueño del lanzallamas, José Blanco. Pero se rebajan los sueldos, las pensiones, la Seguridad Social está a punto de la quiebra y los jubilados se conforman con oír la explosión de los cohetes. Por un tiempo que se callen. España no está de fiesta.