Irán

A pedradas

La Razón
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Me siento desacreditado por mi falta de información. Es decir, que estoy seguro de que han dicho algo o algo van a hacer y a estas alturas de la tragedia, todavía no me he enterado. Me refiero, claro está, a la contundente protesta que con toda probabilidad habrán trasladado al embajador de Irán en España, María Teresa Fernández de la Vega, Bibiana Aído, Trinidad Jiménez, las asociaciones feministas y las actrices de la ceja. No es por incordiar, pero la situación de Sakineh es mucho más grave y pesarosa que la de Aminatu. Sería justo y conveniente que Guillermo Toledo y sus amigos se unieran al coro del clamoroso rechazo. Sakineh va a ser lapidada, es decir, apedreada hasta que muera, por la Alianza de Civilizaciones. Y en nuestra Izquierda nadie ha abierto la boca para decir apenas «mu». O lo han dicho y yo no me he enterado, y vuelvo al principio de este escrito. Sakineh, según parece, ha hecho uso de su libertad en más de una ocasión. De su libertad de yacer con un hombre que no es su dueño y señor. Por culpa de ello, su cuerpo está marcado con noventa y nueve cicatrices de feroces latigazos. El problema de Sakineh es que ha reincidido. El amor es así. Y por reincidente, ha sido condenada a ser lapidada. La civilización aliada, la modernidad, los derechos humanos iraníes, todo eso. Federico Mayor Zaragoza habría de moverse un poco en beneficio del perdón iraní, pero con este calor, cualquiera lo hace. La lapidación por adulterio es un espectáculo muy cinematográfico, de ahí que recomiende a los de la ceja que atiendan a su desarrollo. Sakineh, como mujer, será enterrada en pie hasta el pecho. Un grupo de amables voluntarios rodearán su soledad pecadora. Y a la orden de un distinguido intérprete del Corán, lanzarán sus piedras sobre la cabeza de Sakineh, hasta que la Alianza de Civilizaciones confirme su fallecimiento. No todas las piedras sirven para ejecutar a la mujer indefensa. Tienen que ser pesadas y cortantes, para que la hemorragia sea más aparatosa e impactante. Consecuencia de las relaciones extramatrimoniales. El dolor de la muerte se multiplica, y cuando el dolor desaparece por la muerte misma, el cuerpo es desenterrado y los verdugos tienen la oportunidad de seguir vejando a su víctima de acuerdo con «la voluntad de Alá». Como mínimo, Bibiana Aído tendría que reconocer que algo de maltrato de género subyace en esta costumbre del noble y civilizado pueblo de Alá. Se dan agravios comparativos de sencilla demostración. Si el lapidado es un hombre, se le entierra hasta la cintura, en tanto que si se trata de una mujer, la inmovilidad le alcanza hasta el tórax. Creo que doña Bibiana haría bien en solicitar al embajador de Irán en España que equilibren el nivel de enterramiento del hombre y de la mujer con el fin de no caer en distingos caprichosos por razones de sexo. Después la muerte es la misma. A pedradas. Pero lo que urge es conseguir la igualdad de unos y de otras. No tengo información de las protestas de nuestros progresistas, ya sean gobernantes, feministas o «gentes de la Cultura», como ellos se dicen. Si la vida de Sakineh depende de nuestro feminismo, que la den por enterrada, apedreada y muerta. Pero hay que conseguir del civilizado pueblo iraní la igualdad de condiciones en los procedimientos previos a la lapidación, esa forma de ajusticiar tan humana. Y convendría que Aminatu se sumara al guateque. En este caso, sin fotógrafos.