Feria de Bilbao
Leandro y un gran Alcurrucén
El viento acechaba incesante a primera hora. Violento. Qué se yo, seguro que resulta una exageración, pero en un ruedo las sensaciones se multiplican por mil. Parecía como si no hubiéramos dejado atrás la jornada anterior, con menos frío, eso sí, pero volaban capotes y muletas temblorosas ante la corrida de Alcurrucén, una señora en algunos casos.
Abría plaza Miguel Abellán. El único que se fue de Valencia sin pasear un trofeo. En cambio, la veteranía le bastó para dejar en Fallas una labor seria, que si no hubiera sido por Eolo, podría, quizá, quién sabe, no vamos a jugar a los adivinos a estas alturas, pero podría haber rayado más alto. Era toro duro, que no permitía errores, respondía al mando, pero a la mínima se deshacía del doblego.
Mas interesante res, con cosas dentro. Abellán no volvió la cara, y por el lado izquierdo le metió en vereda de mitad de faena para adelante. En cuarto lugar se llevó el toro más terciado, y de peores ideas. Arrastraba los cuartos traseros, y las embestidas. Le costaba pasar el tercio de la arrancada y tenía claro que en algún lugar quedaba el torero.
Con mucha más emoción rematamos el festejo. Era Leandro. No, era el toro. ¿Eran los dos? Rompió la corrida el sexto por arriba. Gran toro, de presentación y juego. Leandro quiso lucirle y le dio espacio, distancia y tiempo. Lo dejó ver y poco a poco fue encontrando con él el empaque, el gusto, el tempo. Hizo bien en dejarle la muleta en la cara, semi muerta, y entregado el animal, tirar de ella para recrear así la ligazón del toreo. Sin tiempos en blanco, nada que ver con la eternidad en la que nos sumimos en esta plaza entre toro y toro. Bonito Leandro, qué buen Alcurrucén. Manoletinas y esta vez sí, entró la espada tantas veces envenenada.
Mismo premio se llevó Juan Bautista con otro toro importante, el quinto de la tarde. Motor y transmisión sin fisuras mostró el animal durante el trasteo. El francés cumplió en una faena aparente. Pero de ahí a lo rotundo hubo un trecho que jamás atravesó. El trasteo gozó de continuidad, sí, también de muletazos rematados por arriba, en vez de por debajo de la pala del pitón, cuando la emoción de lo estético, del sentimiento cruje. La suciedad de la faena rompió en las bernadinas sin ayuda, bonitas y con personalidad. Se las había visto antes con otro toro difícil, el segundo, que medía antes de entrar a la muleta y acudía metiéndose por dentro. Ante éste se justificó. Como Leandro con el tercero, que se dejó con menos gas, y estuvo más lineal y sin grandes emociones.
Quinto y sexto tuvieron mucho que torear... Digo yo que las Fallas van, pero para la traca final aún queda.
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