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Crítica de libros
Realidad e ideología
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Dicen los expertos que la palabra «ideología» nació hace dos siglos de un desconocido filósofo francés llamado Despy de Tracis, designando a la ciencia que tiene por objeto estudiar las ideas, sus caracteres, sus leyes, su relación con los signos que representan, sus orígenes, etcétera. Pero actualmente, la palabra «ideología» ha adquirido un sentido diferente, con un cierto carácter peyorativo. Designa un pensamiento desgajado de la realidad, que se desarrolla de modo abstracto a partir de sus propias pautas, sin relación alguna con el hecho real. Pero la misma sufre una radical metamorfosis cuando se la califica de «política», porque a veces no sabemos qué califica a qué, es decir, si es la política lo que califica a la ideología, o la ideología a la política. Aristóteles decía que las palabras bastan por sí mismas para refutar las ideologías, y también decía que es absurdo ceñirse únicamente al pensamiento. Los ideólogos solo confían en el pensamiento, el cual se separa poco a poco de la realidad, ignorando su complejidad y sustituyendo a lo real. Toda ideología se basa en que la inteligencia humana es capaz de cambiar la realidad por sí misma, momento en el que la ideología abraza la utopía. Es curioso que muchas ideologías se basen en la negación de principios y valores compartidos por todos, los cuales deben orientar en todo momento la actividad humana, y máxime cuando se administra el futuro de una sociedad; por el contrario se imbuyen de un fuerte relativismo, justificando todo y a todos aquellos que comparten un código ideológico y, por el contrario, mostrando una sectaria intransigencia con todo aquel que no lo comparte. Es curioso observar cómo determinadas iniciativas son malas, no por sí mismas, sino en función de quién las defienda y el código ideológico que las soporte. Hoy en día se está produciendo un extraño fenómeno, ya que cuando la realidad impide desarrollar una determinada política inspirada en una ideología, se dice que hay que sacrificar la ideología a esa realidad, de tal modo que se pretende seguir presentando la ideología y sus consecuencias como positivas, y sólo es una realidad negativa la que explica el tener que renunciar a aquélla; nadie de este grupo ideológico se plantea que quizá esa imagen de la realidad que les había determinado su ideología era precisamente el problema. Hoy en día, la crisis económica está obligando a adoptar determinadas acciones políticas a priori no deseadas por los responsables políticos, al considerarlas contrarias a sus ideologías, de tal modo que sacrifican estas últimas por las necesidades impuestas por las realidad. ¿Cuándo se darán cuenta estos ideólogos políticos de que quizá la visión de la realidad que les impone su ideología es errónea y que lo mejor para la sociedad son precisamente las acciones políticas que impone la dura y tozuda realidad? Por ejemplo, cuando se habla del copago en la seguridad social, el mentor de la propuesta es demonizado y todo aquel que lo defienda corre igual suerte; surge la ideología y justifica la prestación universal y gratuita del servicio público como propio de aquélla; pero al final la realidad la impone, y se acaba planteado la necesidad de la previsión del copago sanitario, pero como en un momento determinado se presentó como contraria a la ideología política responsable de la gestión pública, la única forma que le resta de justificar el cambio, es decir que la necesidad obliga a arrumbar la ideología y establecer un sacrificio a la población. Es curioso, porque lo lógico sería hacer un debate previo acerca de si el copago sanitario es en verdad la exigencia de una coyuntura económica, o por el contrario es una forma mucho más racional, responsable, justa y eficaz de gestionar el servicio público. Esta última opción, quizá la más cercana a la realidad, es de imposible acogimiento de forma voluntaria por un responsable público si su ideología se lo prohíbe. El problema es que las ideologías muchas veces son frenos para el desarrollo de una sociedad cuando se las convierte en lo principal y no en lo adjetivo; la mejor ideología es la acción política de personas con fuertes principios y valores basados en el respeto a la dignidad, libertad y también la responsabilidad del ser humano, y cuyo objetivo es la búsqueda del bien común, lo cual le lleva a tomar decisiones audaces, que se adelantan a las necesidades reales que impone el devenir histórico. Por ejemplo, hoy en el mundo nos encontramos con dos tipos de dirigentes políticos, aquellos que pensaron en el bien de sus conciudadanos y adoptaron medidas contra la crisis económica, y los que se escudaron en sus ideologías y las han adoptado tarde, mal y a veces nunca. Para estos últimos, la mejor forma de redimir esta culpa es evitar que su sustitución sea un nuevo problema para la sociedad.
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