Historia

Artistas

Un arañazo en la brisa

La Razón
La RazónLa Razón

Cualquiera que me conozca un poco sabe que la del orden no es precisamente mi mejor cualidad. Mis documentos caducan sin que me moleste en renovarlos y apalabro mis citas en un número lo bastante elevado como para que incluso por casualidad acierte a cumplir con alguna. Soy tenaz si me propongo un objetivo, aunque también lo soy para desistir de él si al menor contratiempo me dejo arrastrar por las dudas de que valga la pena intentarlo. Siempre pensé que si fuese el jefe de los paracaidistas en la II Guerra Mundial y estuviese en mis manos decidir el momento del lanzamiento para liberar Bélgica, con toda seguridad saltaría con mis hombres al vacío, aunque el resultado fuese que en vez de liberar Bélgica, liberásemos Holanda. Y eso, con suerte. Porque si dudase un poco más, lo más probable sería que al saltar al vacío, cayese dentro del avión. Hago las cosas, pero como me organizo mal, con frecuencia las hago a destiempo. En eso creo haberme alejado mucho de cuando era un niño que antes de acostarse doblaba toda su ropa y le remordía la conciencia por no haber podido doblar también los zapatos. Creo que fue el periodismo lo que le dio un vuelco definitivo a mi manera de ser. Cuando empecé en esto, el periodismo resultaba ser un oficio en el que lo importante era que te pagaban por llevar una vida desordenada y perder en poco tiempo el prestigio. En un reportaje que hice con mendigos me di cuenta de que yo era siempre el que menos dinero llevaba encima. Mi vida era también más desordenada que la suya y siempre me pareció que comparada con la de aquellos parias, era también más estéril. Yo estaba obligado a una conciencia de la que ellos podían prescindir. Y aun así decidí seguir en el oficio y permanezco en él al cabo de cuarenta años de trabajo. A veces voy a en coche a la costa, me detengo al filo de la orilla y fumo con música frente a cualquier arenal desierto. Pienso entonces que alguien muy organizado puso frente a mi toda aquella belleza en su sitio, pero, sinceramente, me felicito por no ser uno de esos tipos ordenados a quienes si les dieses una escoba, se plantarían en la orilla y barrerían la playa hasta que de la arena quedase apenas el recuerdo de un leve arañazo en la brisa.