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Desgobierno de hojalata
Érase una vez un desgobierno que cada día que pasaba se sacaba de la chistera una nueva ley siempre encaminada a fastidiar a los ciudadanos. Sus ocurrencias cercenaban libertades, además de abocar a la gente a la miseria. Su presidente, el «hombre de hojalata», vivía en el mundo del mago de Oz, donde sus ministros te daban coz en nombre del «medio ambiente» y de cualquier cosa que les sirviese de excusa para freír a impuestos a los ciudadanos.
Un día del mes de agosto, aprovechando que la gente sesteaba en las playas y en las mesetas, decidieron que recoger residuos podría ser penado por la legislación. Así, la desministra de Medio Ambiente afirmó muy ufana: «O pena de multa o autónomos y a pagar impuestos».
La cuestión era tener a todo el mundo amedrentado y trabajando para el desgobierno hojalatero. Al principio, los habitantes de aquel reino se lo tomaron a guasa –eso de la chatarra al parecer no iba con ellos–, sin acertar a darse cuenta de que lo que sí iba con ellos era la eliminación de sus derechos y libertades, y la consiguiente conversión en esclavos sin haberse percatado lo más mínimo de cómo les habían dado el cambiazo.
Como ocurría en «Alicia en el país de las maravillas», las cosas no son siempre lo que parecen. Ojalá fuese un mal sueño de verano. Pero mucho me temo que seguirán dando la lata hasta que no les quede un tornillo en la maltrecha cacharrería de sus cabezas de hojalata tres al cuarto.
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