Blogs
Otras caras de la desesperación
La historia ha dejado sórdidos casos de cautiverio que han marcado de por vida a sus protagonistas. Fobias, miedos y episodios psicóticos que les han forzado a crear una realidad falsa en su cerebro para poder sobrevivir
Las caras del aislamiento son infinitas. La soledad cobra multitud de formas y se adapta a cualquier escenario, pues no son necesarias siquiera cuatro paredes para someter a un prolongado encierro. La inmensidad de la naturaleza o incluso la propia vida, pueden ser el asedio del hombre.
Este último caso es el que sufrieron los hijos del austriaco Josef Fritzl en la ciudad de Amstetten. Vástagos que tuvo con su propia hija Elisabeth a la que mantuvo encerrada durante 24 años. La vida de estos niños era su propio encierro. No conocían otra realidad fuera de esa estancia. Nacieron y crecieron en un sótano de 80 metros cuadrados que se extendía bajo el jardín de la casa. Había una escalera de entrada, un lavadero, dos dormitorios de tres metros cuadrados y una cocina junto a un baño.
Sin luz natural y aislados del mundo durante toda su vida, los hijos de Fritzl desarrollaron diversas fobias. Sentían pánico ante el color azul, los tonos de los móviles, el tráfico en la ciudad y hablaban con gruñidos (se comunicaban entre ellos con un lenguaje propio). Según los expertos que siguieron el caso, los dos mayores necesitarían al menos ocho años de terapia. Además, sufrieron problemas de piel debido a la falta de luz solar. Para el psicólogo Rodolfo Ramos, «uno de los factores a tener en cuenta en niños es la falta de madurez psicológica, de capacidad para entender la presencia del mal en el mundo. El esquema cognitivo del adulto su visión del mundo y por qué ocurren las cosas pueden ser puntos apoyo para superar el trauma. Pero el niño tiene una visión parcial y una teoría incompleta del mundo y de por qué suceden las cosas.
Secuestro de ETA. Para siempre quedarán también en la mente del funcionario de prisiones, José Antonio Ortega Lara los 532 días que permaneció secuestrado por la banda terrorista ETA en un zulo de 2,40 metros por 1,70. El psiquiatra José Miguel Gaona explica que «el aislamiento enloquece a muchas personas. La agresión que sufrió fue muy profunda. Estar solo tanto tiempo provoca episodios psicóticos que se mezclan con los depresivos. Se produce una ruptura con la realidad». Es una tortura psíquica, ya que su vida está en juego y no sabe si le van a matar o no. «A ello se une la sensación de desamparo y desconfianza en el ser humano, porque fue el hombre quien le puso en esa situación, y no un infortunio de la naturaleza», matiza la presidenta de la SEAS, Esperanza Dongil.
Los niveles de traumatización de los afectados por un proceso traumático se establecen en tres grupos: síntomas de reexperimentación, esto es, «la situación traumática se queda grabada en una estructura del cerebro especial para grabar situaciones de peligro. Cuando ocurre, se vuelve a experimentar una y otra vez con detalle como medida de protección del cerebro para que o vuelva a ocurrir. Esto provoca problemas de concentración y ansiedad», matiza Dongil. Otro síntoma es la evitación, no querer hablar del tema, evitar recuerdos negativos sufridos. El tercer grupo es la hiperactivación. «El afectado permanece todo el día vigilante, lo que genera estrés y agotamiento».
En Los Andes. Agotados acabaron los supervivientes del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, conocido popularmente como el Milagro de los Andes. En su caso, los factores más destacados y que provocaron serias secuelas, fueron, por un lado, escuchar por radio que se había abandonado la búsqueda. Y en segundo lugar, tener que alimentarse de los compañeros fallecidos. Lo cuenta Frenando Parrado, el líder del grupo, en su libro «Milagro en lso Andes»: «Hay ciertas líneas que la mente cruza muy lentamente. Cuando mi mente cruzó, lo hizo con un impulso tan primitivo que me dejó anonadado (…) Había contemplado la carne humana e instintivamente la había considerado comida (…) No tenía sabor. Mastiqué, una o dos veces, y después me obligué a tragarla. No me sentí culpable. Hacía lo correcto para sobrevivir». A pesar de las condiciones, los supervivientes «adoptaron una actitud positiva para organizarse y ser encontrados. Es el método de supervivencia darwiniano», concluye Gaona.
✕
Accede a tu cuenta para comentar