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Aplicarse el cuento por Carlos Alsina

La Razón
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Aplicándose el cuento de la transparencia, la Casa del Rey publica hoy, por vez primera, sus cuentas. Aunque no se espera precisión alguna en el menudeo de los gastos –cuánto en peluquería, cuánto en guardarropa–, el feliz acontecimiento rompe con una tradición de opacidad innecesaria y anacrónica. Tiene un puntito de guasa que se haya elegido el día de los Santos Inocentes para levantar el velo de la cosa (o de la Casa), pero sirva para subrayar el mensaje de que, en la administración del dinero público, no valen coñas. El Rey recordó ayer a los diputados que quienes encarnan las instituciones tienen la obligación de reforzar la confianza en ellas. La exigencia, como la caridad, empieza por uno mismo. El monarca nos hace saber que, a diferencia de sus cortesanos, él no lo olvida. Temiendo ahogarse en jabón de tanto leer la prensa navideña, don Juan Carlos acudió al Congreso descargado de peso por su mención genérica a los yernos rana. La legendaria aptitud del monarca para otear borrascas obró el milagro de la Nochebuena: quienes antes se afanaban en silenciar el caso Urdangarín elogian ahora al Rey por abordarlo. Fascinante. El jefe del Estado no denunció ni la indefensión del duque (aún no imputado) ni las filtraciones de un sumario que sigue siendo secreto: tomen nota los papistas de que el Papa no comulga con hostias de saldo. Es en las filtraciones publicadas en las que el Rey se basa para el repudio. La mayor filtración de esta historia, no hay por qué censurarlo, ha sido el soberano anticipo de condena. La Corona ha de ser tratada como lo que es, una institución adulta y enterada que no requiere de niñeras. Al Rey no le beneficia el paternalismo mediático. Y al Príncipe –que está más informado que muchos comentaristas y con mejor criterio–, ni te cuento.