Historia
El gato montés por Antonio PÉREZ HENARES
Apareció entre los romeros, se detuvo un momento junto al tronco de un enebro y se dirigió luego hacia la sombra del pino, bajo el cual, emboscado, me encontraba yo. Llegó apenas a metro y medio y algo le hizo levantar la vista, esos ojos verdes con la raya vertical de la pupila, ojos de gato montés, que parecieron taladrar el entramado de ramas y arbustos con el que había ocultado mi presencia bajo el árbol. Pareció que los clavaba en los míos. Miraba fijamente, con una enorme intensidad y una cierta inquietud que me pareció detectar en su actitud. Supuse que me había visto y que lo siguiente sería un salto hacia atrás, un repentón y un deslizarse de nuevo entre el espeso romeral. Pero no. No me vio. Ni me olió. El viento lo tenía en la cola y yo en la cara. Y entonces hizo algo inesperado: se dejó caer, se tumbó a un paso del enramado que le había impedido detectarme.
Era un gato montés puro, un macho joven, que no creo haya completado siquiera un año de vida. Tal vez recién emancipado de su madre y que hace muy poco caza por su cuenta. Y aquél lo había logrado. Porque a poco se incorporó y entonces me fijé que al lado de donde había estado echado estaba el desplumadero de un mirlo. El felino había vuelto al lugar donde se había comido al pájaro y ahora lo que hacía era rebuscar algunas de sus sobras. Que encontró, pues a nada sentí que cogía algún trozo del suelo y el chascar de unos huesecillos entre sus mandíbulas. Repitió con éxito su rebusca un par de ocasiones y, luego, volvió a dirigir su mirada hacía mí. Todavía más intensa, más verdosa, mas afilada la pupila. Nos estábamos mirando, pero él no me acababa de distinguir. Y quizás hubiera seguido sin hacerlo, pero entonces algo oyó. Supe lo que era: mi respiración. Y entonces todo fue rápido, sigiloso, casi deslizante. Lo que presentía se hizo cuerpo. Ya me vio, ya me olió, ya temió y en el mismo instante en que lo hizo ya estaba, aunque no diera salto alguno, sino una rápida y sinuosa manera de moverse, fuera de mi vista tras el enebro, envuelto ya en el cobijo del romeral.
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