«El espía que me amó»

La información suministrada por el espía, cuya identidad, naturalmente, no será hecha pública, fue determinante para el desenlace feliz de una operación de Información que llevaba dos años y tres meses en marcha.

Tan sólo diez mandos del Ejército, además del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y el ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, estaban al tanto de lo que se tramaba.

El suboficial de la Policía colombiana se había trasmutado en el guerrillero «Embo», alistado voluntariamente en el enorme Estado Mayor del Bloque Oriental de las FARC. Como simple «raso», y de recluta reciente, nunca consiguió acercarse a más de nueve kilómetros del «primer círculo», el anillo de protección directa del cabecilla. Pero fue progresando: hace unos meses le ascendieron a protector del «tercer círculo» de seguridad, y allí conoció a una guerrillera que tenía acceso a la guardia directa del «Mono».

La sedujo, aunque las fuentes oficiosas sólo se refieren a que «entabló amistad con ella», y consiguió las primeras informaciones directas sobre costumbres, movimientos y cambios en el gran campamento.

«Tardaba meses en poder salir del área, pero cada vez que podía se acercaba a la fachada y nos entregaba la información», relata uno de los oficiales de la Inteligencia colombiana.
A principios de julio, su amiga guerrillera, sin saberlo, dio la señal de arranque del operativo: «Ella le contó que se iban para el campamento grande, el que tenía el búnker de concreto. Ésa fue la señal».

Cuando el espía tuvo esa información en su poder, tal como estaba previsto, simuló padecer una intoxicación para que lo trasladaran del campamento a una población cercana. Allí, diez días antes del ataque, fue donde se lo comunicó a sus enlaces de la Policía, que le rescataron de inmediato.

De ella, no se sabe nada.