Sevilla

Por el bien de La Línea

La Razón
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Desde mucho antes de esta crisis, algunos veníamos sospechando de la extraordinaria inteligencia de nuestros políticos. Es gente lista dada a especular en las duras y a cavilar en las maduras con el propósito declarado de procurar nuestro bien. Y ya puede usted defenderse como gato panza arriba si lo único que quiere es que le dejen en paz porque como a alguno de ellos le dé por arreglarle el «biencomún», se lo arregla, vaya si se lo arregla. Y en ese caso, aunque sean listos o quizá precisamente por eso, todos se comportan como mi madre dice que lo hacen los tontos con mala idea: que nunca les da por hacerse daño ellos solos sino que le suelen rajar la cabeza al primer desgraciado que pasa por allí. En el caso de los políticos, lo que destrozan por sistema es la cartera de todos y la rajadura de cabezas sólo es colateral. Verbigracia, el alcalde de La Línea.
La Línea, como todos ustedes saben, ha estado donde está desde poco después del Tratado de Utrecht y, en cualquier caso, desde mucho antes de que llegara su actual alcalde. El trasiego de coches entre La Línea y Gibraltar es también histórico, aunque sea precisamente ahora cuando su alcalde se ha dado cuenta de lo que contaminan y de cuánto le congestionan la ciudad sin que aporten mayor beneficio. En realidad se ha dado cuenta en el momento justo en que el Ayuntamiento alcanza la deuda de 120 millones de euros, precisamente por su mala cabeza y la de quienes le precedieron antes en el cargo. Por eso, sin mejor idea que aplicar, va a imponer una tasa de 5 euros por coche a vecinos y forasteros. Naturalmente, por su bien. Y algo parecido ocurre en Sevilla, donde a primeros de año y con una deuda municipal que ronda los 600 millones, la Policía tenía orden de multar a todo lo que se meneara, contaminara mucho o poco. Coincidiendo ahora con una huelga de celo policial y con que las denuncias han caído en un 90 por ciento, se empieza a intuir que también está al caer la derrama ciudadana que pagará el aumento de salario de los policías para que las cosas puedan volver a su cauce y nos puedan multar a saco por el bien común. Y así es como nos va, aunque ni siquiera nos quejemos. Porque no nos importa que ellos sean tan listos ni que nosotros podamos pasar por tontos. Lo que de verdad nos molesta e insulta es que encima tengamos que serlo por nuestro bien.