Sucesos

Los héroes de Utoeya

Supervivientes del tiroteo en el campus laborista relatan cómo algunos vecinos se acercaron con sus barcas a la isla para rescatar a los jóvenes

Marcel Gleffe, un alemán de vacaciones en la zona, salvó a cincueta jóvenes de la isla de Utoeya
Marcel Gleffe, un alemán de vacaciones en la zona, salvó a cincueta jóvenes de la isla de Utoeyalarazon

Ejecución masiva en el campamento juvenil del gobernante Partido Laborista. Los supervivientes de la matanza de la isla noruega de Utoeya relatan cómo algunas personas arriesgaron sus vidas para rescatar a los jóvenes del infierno. «Había un chico actuando como si fuera un policía, disparando en la isla. Tenía una mochila con muchas armas y munición. Después había muchos heridos. Intenté salvar a los que pude, pero con otros no lo logré», relata un joven a la televisión pública.
Y es que, en medio de tanta violencia sin sentido, también afloran las mejores cualidades del ser humano. Algunos de los asistentes al campus laborista tuvieron la valentía de encararse al terrorista. Éste fue el caso de un niño de once años que se enfrentó cara a cara con el asesino, que finalmente terminó perdonándole la vida, según relata uno de los supervivientes, Adrian Pracon. El niño, que no ha sido identificado, no pudo hacer nada por salvar la vida de su padre, muerto a tiros por Breivik, según detalla Pracon, quien resultó herido en el hombro por uno de los disparos tras fracasar en su intento de escapar a nado.
«El niño se me acercó y me dijo que su padre había muerto. Entonces siguió avanzando. Fue algo terrible de escuchar. La atmósfera era tan caótica que el niño simplemente siguió adelante», recuerda Pracon en declaraciones a la cadena NRK. Herido y fingiéndose muerto, Pracon escuchó cómo el niño hablaba con Breivik, quien estaba disparando contra otros jóvenes que se habían lanzado al agua. El niño le instó a que dejara de abrir fuego. «Ya has disparado bastante. Mataste a mi padre. Soy demasiado joven para morir. Déjanos en paz», le dijo a Breivik. El atacante abandonó el lugar. Pracon cree que «el niño se rescató él solo».
Otro héroe fue Otto Loevik, que tuvo que decidir a quién recoger en su barca y a quién dejar atrás de entre las decenas de jóvenes que nadaban por su vida huyendo del salvaje tiroteo. «Aún recuerda los jóvenes rostros que tuvo que dejar atrás», aseguró su mujer. Loevik, que rescató a unos 50 supervivientes de la masacre. Pero otto no es un caso aislado.
La misma valentía demostró Line, una mujer rubia y alegre de 48 años que vive desde hace más de 20 años en la orilla del lago. Lo que al principio parecían ser sólo fuegos artificiales que resonaban en el valle de pinos eran en realidad disparos mezclados con gritos de adolescentes.
Line cuenta que vio «tres cabezas en el agua, nadando, luego sólo una». Y una única persona subió en aquel viaje a su barco, relata a la agencia France Presse todavía alterada y negándose a dar su apellido. «Gritaban y lloraban, algunos cubiertos de sangre, otros decían haber visto a amigos siendo blanco del asesino en el agua. Todos querían usar mi teléfono móvil para tratar de reunirse con sus amigos», explica.
Line realizó más de siete salidas con su pequeño barco a motor a pesar de las advertencias de la Policía de no acercarse a la isla.
Con cada viaje rescató a seis personas a las que luego llevaba en su automóvil para que fueran atendidas. Un amigo, a su lado y que deseaba permanecer en el anonimato, asegura que Line salvó a más de 40 personas.
«Yo no era la única», afirma Line. «Había muchos otros con barcos, posiblemente una veintena. Nos acercamos a la isla y dábamos la vuelta. Pasamos muy cerca de la Policía y los equipos de rescate», añade.
También Marcel Gleffe, un turista alemán con formación militar que se encontraba con su familia de vacaciones cerca del islote, se precipitó a los botes cuando oyó los disparos. Según los medios noruegos, Gleffe salvó a 30 jóvenes.

Críticas a la tardanza de la Policía
¿Por qué tardó tanto la Policía en llegar a Utoeya? Algunas respuestas de los responsables de la operación resultan, al menos, sorprendentes. El primer dispositivo para detener al asesino subió a un bote pequeño. Eran muchos con mucho material, en la embarcación comenzó a entrar agua y el motor se detuvo. Al principio se aseguró que habían tardado noventa minutos. Ahora hablan de una hora. Más tarde la orden fue esperar a la unidad especial de Oslo, que se trasladó hasta allí por carretera en lugar de en helicóptero. Ir hasta donde se encontraban los aparatos les hubiera hecho retrasarse aún más.