Los Ángeles
Verdes desde la base por Elinor Ostrom
Reproducimos la última Tribuna de Elinor Ostrom, la primera mujer que recibió el Premio Nobel de Economía, fallecida hace escasos días a los 78 años
Hay mucho en juego en Cumbre de Río+20 de las Naciones Unidas. Muchos la consideran un «Plan A para el Planeta Tierra» y quieren que los líderes se comprometan a un acuerdo único internacional para proteger nuestro sistema de sustento de la vida, evitando así una crisis humanitaria mundial.
La falta de acción en Río sería un desastre, pero un acuerdo internacional único sería un grave error. No podemos depender de políticas globales en singular para resolver el problema de la gestión de nuestros recursos comunes: los océanos, la atmósfera, los bosques, las vías fluviales y la rica diversidad de manifestaciones naturales que se combinan para crear las condiciones adecuadas para el desarrollo de la vida, incluida la de siete mil millones de seres humanos.
Nunca habíamos tenido que lidiar con problemas de la escala que enfrenta la sociedad global interconectada de hoy. Nadie sabe a ciencia cierta lo que va a acabar por funcionar, por lo que es importante construir un sistema que pueda evolucionar y adaptarse rápidamente.
Décadas de investigación demuestran que una variedad de políticas superpuestas a niveles urbano, subnacional, nacional e internacional tiene más probabilidades de éxito que acuerdos individuales vinculantes que abarcan mucho a la vez. Un enfoque evolutivo de este tipo para la formulación de políticas genera redes esenciales de seguridad en caso de que una o más no funcione.
La buena noticia es que esta formulación evolutiva de políticas ya se está produciendo de forma orgánica. Ante la carencia de leyes nacionales e internacionales eficaces para reducir los gases de efecto invernadero, cada vez más autoridades urbanas están actuando para proteger a sus ciudadanos y economías.
Esto no tiene nada de sorprendente y, de hecho, se debería alentar. La mayoría de las ciudades se ubican en costas, a ambas orillas de un río o en posiciones vulnerables en deltas, lo que las pone en la línea directa del ascenso del nivel del mar y las inundaciones en las próximas décadas. Adaptarse es una necesidad. Pero, puesto que las ciudades son responsables por el 70% del total mundial de gases de invernadero, es mejor atenuar el nivel de emisiones.
Cuando se trata de luchar contra el cambio climático, Estados Unidos no ha producido ningún mandato federal que exija de forma explícita o siquiera promueva metas de reducción de emisiones. Pero, para mayo del año pasado, unos 30 estados habían desarrollado sus propios planes de acción climática, y más de 900 ciudades estadounidenses han adherido al acuerdo de protección del clima de EE.UU.
Esta diversidad de base en la formulación de políticas verdes tiene sentido económico. Las «ciudades sostenibles» atraen a personas creativas y cultas que quieren vivir en un ambiente sin contaminación, urbano y moderno que corresponda mejor a su estilo de vida. Esta es la raíz del crecimiento del futuro. Igual que al actualizar un teléfono móvil, cuando la gente vea los beneficios, descartará al instante los modelos antiguos.
Por supuesto, la verdadera sostenibilidad va más allá de control de la contaminación. Los urbanistas deben mirar más allá de los límites municipales y analizar los flujos de recursos, (energía, alimentos, agua y las personas) dentro y fuera de sus ciudades.
A nivel mundial, estamos viendo un heterogéneo conjunto de ciudades que interactúan de un modo que podría influir fuertemente sobre cómo ha de evolucionar todo el sistema de sustento de vida en la Tierra. Son ciudades que aprenden unas de las otras, perfeccionando las buenas ideas y desechando las malas. Los Ángeles demoró décadas en implementar controles de la polución, pero otras ciudades, como Pekín, los adoptaron rápidamente al ver los beneficios. Es posible que en las próximas décadas veamos el surgimiento de un sistema global e interconectado de ciudades sostenibles. Si tiene éxito, todo el mundo querrá unirse al club.
Fundamentalmente, este es el enfoque adecuado para la gestión del riesgo y el cambio sistémico en sistemas interconectados complejos, y para el éxito de la gestión de los recursos comunes, aunque todavía falta para que haga mella en el aumento inexorable de las emisiones mundiales de gases de invernadero.
Río + 20 se celebra en un momento crucial, y sin duda es importante. Durante 20 años, el desarrollo sostenible se ha visto como un ideal hacia el cual apuntar. Sin embargo, la primera «Declaración sobre el estado del planeta», publicada en el reciente mega-encuentro científico Planeta bajo presión, dejó en claro que la sostenibilidad es hoy un requisito indispensable para todo desarrollo futuro. La sostenibilidad a niveles locales y nacionales tiene que acabar por ser equivalente a la sostenibilidad global. Esta idea debe ser la piedra angular de las economías nacionales y constituir el tejido de nuestras sociedades.
El objetivo ahora debe ser situar la sostenibilidad en el ADN de nuestra sociedad mundial e interconectada. El tiempo es el recurso natural más escaso, por lo que la Cumbre de Río debe convertirse en un catalizador. Lo que necesitamos son objetivos de desarrollo sostenible universales en temas como la energía, la seguridad alimentaria, la sanidad, la planificación urbana y la erradicación de la pobreza, al tiempo que reducimos las desigualdades dentro del planeta.
Como una manera de lidiar con los problemas globales, los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU han tenido éxito donde otras iniciativas han fracasado. Aunque no todos los ODM se cumplan en la fecha prevista de 2015, podemos aprender mucho de la experiencia. Establecer objetivos puede ayudar a superar la inercia, pero todos deben participar en ello: los países, estados, ciudades, organizaciones, empresas y personas de todos los rincones del mundo. El éxito dependerá del desarrollo de muchas políticas superpuestas para lograr los objetivos.
Contamos con una década para actuar antes de que el coste económico de las actuales soluciones viables se vuelva demasiado alto. Si no actuamos, corremos el riesgo de que se produzcan cambios catastróficos y quizá irreversibles en nuestro sistema de sustento de la vida. Nuestro objetivo principal debe ser asumir la responsabilidad planetaria de este riesgo, en lugar de poner en peligro el bienestar de las generaciones futuras.
Elinor Ostrom
Primera mujer en recibir el Premio Nobel de Economía. Asesora jefe de la conferencia «Planeta bajo presión»
Copyright: Project Syndicate, 2012.
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