San Sebastián
Bellucci no hace huelga
La actriz italiana fue la única estrella que se dejó ver en una jornada deslucida
Hay directores que escriben en prosa y otros, unos pocos, en verso. Bahman Ghobadi es de los segundos. Es difícil encontrar en sus películas un encuadre casual, más bien todos cuentan con una composición pictórica. Y más aún en este caso que quiso revivir la tragedia de un poeta a través de versos visuales encadenados. Esta manera de hacer no le libra, sin embargo, de pequeños caprichos como contratar a una sex-symbol como Monica Bellucci para avejentarla y taparla con velo. La actriz italiana, como Penélope Cruz el día anterior, luce en el filme, «Rhino Season», unas canas que aún no tiene, pues otro de los caprichos de los directores es contratar bellezas para afearlas. Ella tiene su propia teoría al respecto: «He participado en otras películas donde se destruía la belleza como ‘‘Irreversible''. Quizá los hombres prefieren romper la belleza cuando están asustados o no pueden tenerla. No sé por qué me llaman para estos papeles, pero no le doy más importancia porque para mí solo es actuar».
Bellucci, sin embargo, prefiere no quitarse años: «Yo ya soy una mujer mayor. Y el maquillaje para esas secuencias fue muy natural. Un proceso en el que utilizamos mis propias arrugas, que ya las voy teniendo, con un maquillaje muy natural». A pesar de esta modestia, su impactante presencia fue el único momento feliz de un día que amaneció gris huelga, y afeó el gran arranque de la muestra de este año. La italiana, sin embargo, no paró de trabajar durante toda la jornada y recibió con humor a la prensa española en una suite del Hotel María Cristina, más tranquilo de lo habitual.
Hablar en persa
No fue esa la mayor dificultad, pues además la actriz, tuvo que hablar en persa. Por suerte para ella los largometrajes de este director, premiado en dos ocasiones con la Concha de Oro del festival, tienen más planos contemplativos que de acción. Como la intérprete dice: «Toda esa belleza que hay en el filme contrasta con la crudeza de la violencia». La que, especialmente, un poeta iraní cuando Jomeini sube al poder en la cárcel, donde le mantendrán casi 30 años haciendo creer a su mujer (Bellucci), que ha muerto. Una vez liberado, escapa a Turquía en busca de su amor.
La actriz, a la que hemos visto en grandes filmes comerciales, no es ajena a la extrañeza que pueda producir su participación en un proyecto así: «Cuando Gobhadi me planteó este trabajo, me quedé sorprendida pero también ilusionada. Soy una mujer libre que puedo hacer lo que quiera». No cree que la situación que denuncia se deba al régimen islamista que sufre Irán, porque cree que con el Sha y antes de él también había violencia, pero está encantada con contribuir a la lucha del director, que lo hace a su manera, creando películas. Le ofende, sin embargo, que se considere estos capítulos de ultraje a las mujeres como algo muy alejado de nuestras vidas: «Al principio pensé que era algo culturalmente muy alejado de mí, pero luego me di cuenta de que ese tragedia no es extraña a la mujer mediterránea. En mi país, hace 50 años un hombre podía asesinar a su esposa y salir pronto de prisión pues se consideraba un crimen pasional».
Menús clandestinos
Sólo en los alrededores del Kursaal podía adivinarse ayer que San Sebastián seguía viviendo su festival de cine internacional. El habitual trasiego de periodistas y profesionales de la industria con la acreditación al cuello se detuvo ante la ausencia de programa, apenas nueve proyecciones. El bullicio estaba en el Paseo de la Concha, donde muchos de los huelguistas optaron por un paseo matutino bajo el sol. Los locales permanecían en su mayor parte cerrados, excepto los de grandes cadenas como Inditex. El miedo a los sindicatos nacionalistas hicieron que algunos locales fingieran cerrar, con las persianas echadas, aunque ofrecían comida y refrigerio a los miles de acreditados en los pisos inferiores de los locales, al más puro estilo clandestino. La organización había optado por suspender todos los actos que no se desarrollaran en el Kursaal, proyecciones con público incluidas, lo que podría costar al festival entre 30.000 y 40.000 euros.
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