Historia
«Mamma» Tarrés
La única manera; por Lucas Haurie
Para ganar en una disciplina de técnica endiablada y en la que las chicas cada vez son más jóvenes, el único régimen posible es el castrense.
El autor, practicante entusiasta de un deporte minoritario durante casi veinte años, mantiene con su entrenador de siempre una relación casi paterno-filial. Las risas más estentóreas, las juergas más enloquecidas, los placeres más intensos y también las muescas chungas de la vida llegaron en compañía del grupo de niños a los que un tío con bigote dio una pelota ovalada en los primeros ochenta. Y siguen llegando, aunque aquellos chavales son casi todos padres de familia y el mostacho del dueño del balón ha encanecido. ¿Alguna pega? Ninguna. Pero nunca ganamos un maldito campeonato porque lo competitivo jamás primó, ni un segundo, sobre lo lúdico ni sobre lo afectivo.
Si el objeto del debate fuese la conveniencia de la alta competición a edades tempranas, mi respuesta sería: no. Ahora bien, para ganar medallas en una disciplina de técnica endiablada y en la que la tendencia es que las chicas sean cada vez más jóvenes, el único régimen posible es el castrense. Los entrenadores brillantes son personas de una exigencia rayana en lo enfermizo. Seguro que Anna Tarrés no es la mejor amiga de sus nadadoras, pero quien desee acceder al estatus privilegiado que, becas públicas mediante, tienen los deportistas de élite sabe que posee la fórmula infalible. En cada provincia existe al menos un club en el que quien lo desee puede practicar el ballet acuático sin renunciar a la cerveza, el noviete, los fines de semana en la playa o el bollycao. Sitios recomendables en los que se pasa fenomenal... pero que condenan a ver los Juegos Olímpicos por la tele.
Por estética; por María José Navarro
Su calidad humana no es su fuerte. Con las ex sirenas tenía un trato que ni en la Alemania del Este. No todo vale para engordar el medallero.
Detrás de los éxitos de la sincronizada española de los últimos años parece que no era plata todo lo que relucía. Digo plata, pero podría decir bronce. Cualquier cosa menos oro, que ya saben que la ex seleccionadora nos acostumbró a pensar que conseguir el primer puesto en cualquiera de las competiciones a las que acudía España era una misión imposible por culpa de las juezas. Esa actitud llorona ya tendría que conllevar inmediatamente una destitución. Anna Tarrés, sin embargo, parece que guardaba su coraje y su firmeza para las chicas a las que entrenaba. Dos de ellas, Cristina Violán y Paola Tirados, aseguran que esta buena señora tenía un trato con ellas que ni en la Alemania del Este. Por lo visto, su calidad humana no es su punto fuerte, dicen las ex sirenas. Si esos han sido los motivos de la Federación, habrá que aplaudir entonces la decisión, porque no todo vale para engordar el medallero. A servidora, vaya por delante, la sincronizada le parece un deporte chocantísimo. Bien es verdad que no se puede señalar a Tarrés como la inventora de la pinza de la nariz que lucen estas criaturas y la cara de impertinentes asombradas que les provoca a las nadadoras, pero sí hay que atribuirle algunos de los espantosos vestiditos con los que han salido las chicas a nadar y la elección de algunas músicas infernales con sus consiguientes coreografías estrambóticas. Lo peor, y a distancia, fue el uso de cola de pescado en el pelo de las internacionales en los Juegos Olímpicos. Eso no tiene perdón de Dios. Por no hablar del gorrito de la final. El buen gusto, en urgencias.
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