España

Preparados para el cambio por José María Marco

Preparados para el cambio; por José María Marco
Preparados para el cambio; por José María Marcolarazon

Con la salida de Rodríguez Zapatero de la Moncloa termina un experimento al mismo tiempo frívolo y radical, de una extraordinaria capacidad de destrucción. Los socialistas lo han aplicado en todos los terrenos. En economía, el gasto incontrolado se paga ahora con deuda, y la falta de reformas con la aversión generalizada a invertir y a contratar. En la cuestión territorial, la acción de estos años ha conseguido desarticular el sistema autonómico que, con sus muchos defectos, es también una buena solución para la naturaleza de nuestro país.
En cuanto a la vida política propiamente dicha, se ha desquiciado en su mismo eje al entrar el PSOE, que debería ser el gran partido nacional de centro izquierda, en una órbita excéntrica, imprevisible. Las guerras ideológicas de estos años –la memoria histórica, la nación, el anticlericalismo, las cuestiones de género– han desgastado y crispado la sociedad española. Rodríguez Zapatero iba a crear una coalición para liquidar a la derecha y, como era de esperar, ha acabado instalando a la extrema izquierda en el poder.
Vuelta al centro
En vista de la dimensión del experimento, hay que reconocer que la sociedad española ha demostrado una formidable capacidad de resistencia. Sobre eso habrá de apoyarse el Partido Popular para recomponer el panorama. La misma personalidad de Mariano Rajoy indica que los populares se han tomado en serio la tarea de volver a centrar la vida española y sacarla de la excepcionalidad en la que se ha instalado estos años. A pesar de la crisis, o precisamente para enfrentarnos a ella, España necesita huir de los caprichos, de la hiperideologización, del enfrentamiento. Habrá que restablecer las formas, el respeto, el diálogo como la mejor manera de tomar las decisiones en democracia. Incluso si el PSOE y sus amigos los indignados quieren incendiar la calle, habrá que mantener abiertos los cauces de entendimiento. A lo mejor rescatamos de sus demonios al socialismo español…
Instituciones y cambio cultural
En la misma línea está la vuelta a la institucionalización de la vida pública. Las instituciones son aquellos elementos sociales respaldados por consensos amplios. En estos años, se ha hecho todo lo posible por pulverizar las instituciones y someterlas a la tensión partidista. Habrá que trabajar para restaurarlas, teniendo en cuenta lo ocurrido en este tiempo. Parece claro que el PP se esforzará por integrar, por volver a asentar consensos lo más amplios posibles, incluidos, esta vez sí, las aspiraciones de quienes se sienten representados por los populares. Los nuevos tiempos –está claro– respaldan los valores fuertes, las identidades integradoras.
Lo que llamamos crisis económica es también un cambio cultural y global muy profundo, que atañe al significado mismo de nuestra cultura, a las relaciones entre los seres humanos, a nuestra propia vida. A partir de ahora ya no van a servir los parámetros en los que nos hemos movido en los últimos 70 años. También están saliendo a la luz necesidades inherentes a la naturaleza del ser humano que las sociedades occidentales habían querido poner entre paréntesis, como si pudiéramos vivir para siempre en la provisionalidad, en la falta de sentido. Si el fracaso del zapaterismo significa algo en la historia moderna es también la quiebra de la utopía del progresismo perpetuo, convertido definitivamente en un juguete de niños ricos y mimados, de aficiones autodestructivas.
Dignidad, dimensión nacional
Ha llegado la hora de la dignidad. El Partido Popular habrá de esforzarse en dignificar la vida pública, sacarla de las peleas de campanario, rescatarla de las representaciones turbias y de medio pelo. En este sentido, no basta con el modelo tecnocrático, aunque tampoco sea una cuestión de liderazgos fuertes. Se trata más bien de recuperar la confianza y presentar modelos capaces de generosidad, de amplitud de miras, de conciencia del sentido de la propia acción. Habrá que razonar, argumentar… y también representar a nuestros compatriotas sabiendo lo que significa ser español, los derechos y las responsabilidades que nos corresponden o más bien que nos constituyen como españoles. Nunca se ha echado tanto de menos algo tan básico.
A lo largo de nuestra historia, los españoles hemos creado una cultura, o una forma de civilización, ambiciosa, atractiva, integradora. Ser español no es, y no ha sido nunca, un defecto, ni un problema ni una desgracia. Al revés, los españoles –españoles de ideas, lenguas y creencias muy diversas– hemos abierto y creado universos enteros de riqueza, de oportunidades, de espiritualidad y de belleza. Los gobernantes que vengan a cerrar estos años de socialismo habrán de inspirarse de esa realidad, que no ha sido nunca destruida a pesar de los esfuerzos que se han hecho. Será la forma de responder a una demanda cada vez más intensa en nuestra sociedad, como es la de salir de la trivialidad y actuar conforme a objetivos y retos serios, importantes. Es evidente que los españoles están preparados para el cambio. Lo están esperando, más exactamente.