Ciencias humanas
Los toros
A mí no me gustan ni los toros ni el ambiente que los rodea. He ido algunas veces y siempre me he sentido, como tantos otros, más identificada con el toro que con el torero. Lo he pasado mal. Ahora bien, tengo amigos aficionados, amantes muchos de ellos de artes sin sangre, que respetan totalmente mi emoción. Y una plaza es un recinto cerrado. Conozco otra gente que llora y se hace cruces por el dolor de los animales y no es capaz de sentir nada ante la pena del vecino. Para mí lo primero son las personas, y creo que detrás de esta prohibición hay una campaña de sensibilización interesada. Un trasfondo de división, de intolerancia. Creo, asimismo, que el prohibicionismo sólo conduce a abrir brechas entre los que sienten de una manera y de otra. Algunas de nuestras fiestas populares, en plena calle, son muy cuestionables, ética y estéticamente. En muchas hay animales que, aunque no acaben muertos, son utilizados de manera penosa. Otras, a base de fuegos y petardadas, no hieren a animales pero, a menudo, hieren a humanos o matan a alguno. Otras consisten en luchas ancestrales en las que los humanos convertidos en bestias se lanzan todo tipo de cosas, incluidos tomates. En otras se hacen torres humanas con niños en la cúpula que se pegan tremendos tortazos cuando se desequilibra la base. Y así podríamos seguir con muchas de nuestras fiestas populares, que son cultura antropológica. Rituales de la tribu. Sólo la evolución y el refinamiento de nuestras mentes harán que ciertas manifestaciones vayan desapareciendo por falta de seguidores. Por inanición. Si es así, ¿no sería mejor luchar para generar nuevas sensibilidades? Lo de prohibir... ya se sabe.
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