Actualidad
Calígula se pierde en las palabras
Autor: Peter Handke. Traducción: Pablo Martín. Director: Lluís Pasqual. Escenografía: Paco Azorín. Reparto: Eduard Fernández, Andreu Benito, Jordi Boixaderas, Jordi Bosch, Lluís Marco, Marta Marco. T. Valle-Inclán. Madrid, 7-III-2012.
¿Tiene sentido hoy en día crear una obra de arte dadaísta? Ciertas vanguardias tienen valor en su contexto histórico y fueron imprescindibles para avanzar. En teatro, una puesta en escena supone un aquí y ahora, aunque a menudo el texto exija viajar a pretéritos superados. De la vigencia de la vanguardia en cuestión depende la vitalidad de la propuesta. El austriaco Peter Handke experimentó en los 60 y 70 con el lenguaje, se alejó del realismo y de la lógica del positivismo. «Las personas no razonables están en vías de extinción» («Die Unvernünftingen sterben aus», 1973) es un ejemplo de aquella creación libre, expresada en diálogos desestructurados, entre imprevisibles y absurdos.
Teatro de denuncia
El CDN lleva ahora a escena el disparo de Handke al capitalismo, añadiéndole al título el nombre de su protagonista, Hermann Quitt, empresario monopolístico y nihilista que pacta con la competencia para luego reducirla a la miseria. La trama –un espejismo: «Quitt» se acerca al postdramatismo que propugnó la muerte del argumento– parece hecha a la medida del momento, teatro de denuncia contra los «neocon» sin alma, causantes de la crisis actual. Pero la forma importa: lo que en Ionesco sigue fresco en Handke parece anquilosado y carga, quizá porque la traducción, muy correcta, era un campo de minas en un texto que juega tanto con el idioma. «Calígula», de Camus, o «Ubú Rey», de Jarry, abordan con más rotundidad y gracia, respectivamente, el poder absoluto.
Lluís Pasqual, director de talento más que demostrado, asimila a la perfección las tesis de Handke y las traduce a una puesta en escena impecable. Maneja el simbolismo y la modernidad con elegancia: un escenario sobrio, con dos mesas de billar y tonos infernales y unos protagonistas instalados en el «kitsch» setentero en la primera parte; una mansión de rico hortera, con una enorme «Q» de neón y un magnate en chándal de diseño a lo Abramovich en la segunda. Eduard Fernández, actor enorme, se nos muestra contenido y melancólico, aunque sabe estallar y su Quitt acaba por provocar casi tanta pena como rabia. En el cénit, Pasqual homenajea al teatro de Berlín con un diálogo a cuatro bandas: desde una proyección, Quitt remata en directo a sus víctimas, a los que dan vida con intensidad e imaginación el trío de Andreu Benito, Jordi Bosch y un estupendo Lluís Marco. Los acompañan, todos muy acertados, la patética seductora Paula Tax de Marta Marco, el divertido y vacío lacayo de Jordi Boixaderas, el chinche de las corporaciones de Boris Ruiz y la infeliz señora Quitt de Míriam Iscla. Para ella Quitt es inasible. Y para el resto. Al final, ocupa un estrato superior, es un tirano en la cima del mundo pero sin redención posible.
Pasqual ha dado con el tono: el texto ya contiene suficiente intertextualidad e ironía, y convenía una dirección de actores árida, casi cruel, porque Handke cuenta una tragedia disfrazada de disparate. El problema es que el texto lo devora todo aquí, incluido el interés del espectador.
✕
Accede a tu cuenta para comentar