Estados Unidos
ANÁLISIS: La cumbre de la supervivencia por Zsolt Darvas
La apuesta por una mayor integración de los Estados miembros sentaría las bases para una salida de la crisis del euro, pero el fantasma de la ruptura de la moneda única está planeando. Sería catastrófico.
El euro está en una encrucijada. A pesar de que al final de esta semana el estrés sobre la deuda soberana se ha rebajado relativamente y las bolsas han sufrido un repunte, las entidades financieras siguen reacias a prestarse dinero mutuamente, los rendimientos sobre los bonos soberanos españoles e italianos continúan altos y la situación es extremadamente tensa. Hay unas expectativas inmensas para esta semana.
Muy probablemente la cumbre detalle las modificaciones del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera de acuerdo con las líneas que se pactaron el pasado mes de octubre. Más importante es un acuerdo sobre el establecimiento de una estricta vigilancia presupuestaria, que supervise las cuentas nacionales antes de que sean sometidas a la votación de los parlamentos, tal y como propuso la comisión. También está en la mesa de negociación del tratado europeo la creación de normas de obligado cumplimiento reguladas por la Corte Europea de Justicia y la aplicación de sanciones automáticas. ¿Pueden estos acuerdos ser suficientes? La respuesta depende de qué considera suficiente el Banco Central Europeo y si está preparado para anunciar las nuevas medidas.
En cualquier caso el problema del ajuste de los países, como Italia o Grecia, no es que sus nuevos gobiernos tecnocráticos puedan no estar suficientemente comprometidos con la austeridad fiscal y las reformas estructurales. En este momento el problema es que las actuales leyes no son vinculantes y que las sanciones tampoco se aplican. Una vez que se logre este acuerdo se contribuirá a la salida de la crisis.
Los países mediterráneos de la zona euro están inmersos en una espiral decreciente, donde los ajustes fiscales contribuyen a una debilidad económica, los ingresos públicos disminuyen y se necesitan restricciones fiscales adicionales. Es extremadamente difícil romper este círculo vicioso, especialmente para un miembro de los 17. En Estados Unidos existen estabilizadores automáticos y se invierte mucho en los estados más deprimidos. En Europa se deben introducir soluciones similares, pero desafortunadamente se producen pocas conversaciones en esta dirección.
Es indudable que a largo plazo el potencial de crecimiento sólo se logrará a través de dolorosas reformas estructurales, pero a corto plazo el resurgimiento de las perspectivas económicas es indispensable para salir de la trampa. Para reforzar la integración fiscal de Europa se puede crear una especie de federación bancaria, con su regulación, su supervisión, su resolución y su centralización de los depósitos de garantía. Esto rompería el vínculo letal entre bancos y deuda soberana y haría la zona euro más resistente. Alemania se beneficiaría mucho de esta integración, directamente (tres cuartas partes del total de los rescates de la zona euro están en manos de bancos alemanes, los cuales también necesitarán ayuda en un futuro) e indirectamente a través de un menor riesgo de la exposición de sus entidades financieras.
Desafortunadamente, estos pasos deseables de la unión fiscal no van a ocurrir, por lo menos a corto plazo. Sólo podemos esperar que las medidas que se puedan acordar, en torno a las futuras acciones del BCE salvarán el euro, pues la desintegración es el peor de los escenarios en los que nos podríamos ver. Traería una crisis catastrófica, ciertos países podrían perder más de la mitad de su PIB y su capacidad de crecimiento también se reduciría a la mitad y se tardaría años en compensar esa pérdida de productividad. Una ruptura de la zona euro puede tener serias consecuencias para el futuro de la Unión Europea.
No parece probable, por lo menos a medio y largo plazo, evitar las distintas velocidades en el crecimiento económico. Los países mediterráneos de la eurozona tendrán una tasa de crecimiento muy inferior, si crecen, que sus vecinos del norte. Pero algo similar ha pasado antes. Alemania tuvo un crecimiento menor entre 1990 y el año 2000 que otros países del sur, que utilizaron este tiempo para hacer sus economías más competitivas. Este precedente nos debe renovar las esperanzas sobre un reajuste de la eurozona, porque es plausible, aunque suponga mucho sacrificio y tardemos tiempo en conseguirlo.
Zsolt Darvas
Investigador del «think tank» Bruegel, con sede en Bruselas
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