Andalucía

La casta neocacique por J A Gundín

La Razón
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Ha movido a la ternura la mirada acuosa de José Antonio Griñán tras comprobar que había perdido las elecciones pero no la Junta; de haberlas ganado, se habría deshidratado. En esa anegada emoción había más alivio que alegría y asomaba un oscuro rictus de rabia destinado a quienes le querían prejubilar, naturalmente con un ERE marca de la casa. Rubalcaba tendrá que esperar. Así que, al margen de navajeos intestinos, abandonen toda esperanza las almas cándidas que proponen un Gobierno de concentración PP-PSOE para evitar que Andalucía se convierta en la Grecia de España. En realidad, ya lo es desde hace tiempo. Griñán ha evitado la debacle gracias a las decenas de miles de interinos, contratados, enchufados y paniaguados que el PSOE ha ido colocando todos estos años como una administración paralela. Son esos tipos que cuando despachan papeles comprometedores en la penumbra del despacho proclaman aquello de «yo no estoy aquí por ética, sino para ayudar al partido». Y conservar el momio, claro. Entre los efectos indeseados del Estado autonómico figura la creación de un nuevo caciquismo regional, más potente y extendido, que es la síntesis del cacique provincial, cercano y familiar (¡ah, la familia!) y del cacique nacional, rumboso y conseguidor. El nuevo especimen sujeta en la misma mano el boletín y el presupuesto regionales, la designación directa de cargos y el reparto de las subvenciones. Ya no hace falta esperar la visita de Natalio Rivas para pedirle «¡Colócanos a todos!»; basta con sacarle brillo al carnet y esperar a que caiga la pedrea. Aunque no hay una sola autonomía libre del neocaciquismo, lo cierto es que en Andalucía goza además del prestigio de casta, no en vano acumula trienios desde 1978. Como para no llorar de alegría.