Cristianismo

Dios en vacaciones

La Razón
La RazónLa Razón

Concédenos, Señor, la vista que nos permita ver tu amor en el mundo a pesar de los chascos humanos. Concédenos fe para confiar en tu bondad a pesar de nuestra ignorancia y debilidad. Concédenos el conocimiento para que sigamos orando con un corazón consciente, y muéstranos lo que cada uno tiene que hacer para favorecer la llegada del día de la paz universal». Así, desde la humildad y frente a la inmensidad de lo desconocido, oraban en el espacio los astronautas del Apolo VIII la Nochebuena de 1968. Al hombre siempre le ha costado ver a Dios. Si Dios no actúa «cómo y cuando yo quiero» es que no existe, no está o me ha olvidado. ¡Qué difícil para la soberbia humana ver a Dios en el día a día, en lo cotidiano! ¿Dónde está Dios, dónde se manifiesta Dios?, pregunta retóricamente quien no quiere escuchar la respuesta. La liturgia de este domingo nos da la respuesta. Dios sale continuamente al encuentro del hombre, lo ama y le ofrece su intimidad. Especialmente encontraremos a Dios cuando le invoquemos con fe, pero también en los momentos de necesidad. Elías huye al desierto, se desea la muerte, sube al monte, y allí, en el susurro, en la brisa suave, y no en la manifestación deslumbrante, Dios le consuela y fortalece. Los apóstoles, en la barca ante el mar embravecido, sienten temor, y Jesús, en medio de la noche, aparece y calma la tempestad y les da sosiego. Ante la desesperación personal o ante el riesgo de zozobrar la barca, Dios se hace presente. No es una historia de ayer, no son historietas para contar a los niños. Es la experiencia de todos y cada uno de nosotros: cuando todo parece imposible y la barca se hunde porque el viento rompe nuestras velas, descubrimos que Él está con nosotros, que tiende su mano amorosa y nos ayuda en medio de la noche de la vida y nos libera del peligro. El clima de relajo veraniego y vacacional puede aletargarnos. La Palabra de este domingo nos trae un mensaje de paz, esperanza y ánimo. Elías vivió una experiencia de Dios en el susurro de la brisa, pero esta intimidad no fue intimismo que le apartara de la vida real, ni descanso burgués para no-hacer, no-sufrir, no-arriesgar. Al contrario, este encuentro le ayuda a volver reconfortado y reemprender la aventura de una vida cargada de riesgos. Pedro se lanzó de la barca; mientras miraba a Jesús caminó sobre las aguas; cuando el viento sopló en su rostro y le hizo consciente de la dificultad del momento, cuando miró su realidad humana, se hundió. No fue cosa sólo de aquél día; iba a ser la experiencia de Pedro a lo largo de todos sus días de discípulo y evangelizador. Que puedan servir ambas experiencias, la del profeta y la del apóstol, a quienes usan vacaciones como alienación transitoria, y no han aprendido a para un fortalecimiento de la fe y de la esperanza que les conduzca a amar, que es lo mismo que arriesgar, servir, vivir...