Cuba
Dixieland I: Aterrizaje
Como cada año, he decidido trasladarme al sur de los Estados Unidos, ya saben ustedes, Dixieland, la tierra del algodón, de las magnolias y de los melocotoneros, y aprovechar para referirles cómo se ven las cosas desde este lado del mundo. El aterrizaje, desde luego, fue un cúmulo de sensaciones arremolinadas referidas a España. La convicción general es que la selección nacional –no, nadie dice esa tontería giliprogre de «La Roja»– es la mejor del mundo, e incluso ayer, en el curso de una comida, un amigo de décadas me reprendió por no haber visto los partidos. «Viejo», me dijo, «pero si era España... Tiene el mejor cuadro de todos los que se presentaron...». Hasta ahí aprecio, estima y si se quiere hasta admiración... pero ahí se queda todo. Porque la opinión sobre el resto de la nación, y de manera muy especial sobre su Gobierno, difícilmente pudiera ser peor. Los comentarios sobre la política de Moratinos en relación con Cuba no se pueden sinceramente reproducir porque rezuman palabras gruesas. A estas alturas, nadie concede que ZP se pueda equivocar por ingenuidad. Por el contrario, existe una convicción absoluta de que a la incompetencia más escandalosa en el terreno económico, ZP suma una perversidad moral de alto octanaje. Para los norteamericanos con los que hablo, el presidente del Gobierno es simplemente una versión amanerada y blanda de villanos como Chávez, Morales, Castro o Ahmadineyah, por cierto, todos ellos gobiernos con los que mantiene relaciones privilegiadas. Están convencidos de que, en no escasa medida, nos salva de una dictadura socialista el que España está situada al sur de los Pirineos y no al sur del río Grande y, por supuesto, no les sorprende que el Gobierno de ZP haya querido aprovechar en beneficio propio la victoria de la selección nacional de fútbol. «Pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?», me pregunta sorprendido uno de mis compañeros de tertulia de acá. «No, nada... pero este Gobierno aprovecha cualquier cosa», le digo yo un poco avergonzado, «y como lo ha dicho el ministro de Industria...». «¿Y ese ministro es competente?», me preguntan sorprendidos. «Una verdadera calamidad», confieso con pesar. «En todo el tiempo en el cargo no ha impulsado una sola iniciativa fructífera y últimamente hasta ha sancionado a un canal de TV por preguntarse en un anuncio si los políticos deberían financiar el día del Orgullo Gay». Mi amigo abre ahora los ojos como platos y dice: «¿Hasta eso han descendido?». Asiento con la cabeza sin atreverme a despegar los labios. Lo que dice mi amigo a continuación vuelve a ser irreproducible. Naturalmente, el interés de todos es durante cuánto tiempo tendrá el mundo –sí, el mundo– que soportar a una plaga bíblica como ZP. Uno de mis amigos de años habla elogiosamente de Rajoy. Muy relacionado con España, se tragó el Debate del Estado de la Nación. «Es un gran orador. Sería el jefe de la mayoría parlamentaria en una nación como Inglaterra», me dice. Yo asiento. Sí, seguramente en una democracia normal como el Reino Unido, Holanda, Alemania o Suecia, Rajoy sería ahora el jefe de la mayoría parlamentaria, pero es que España abandonó el terreno de la normalidad un 11-M que casi nadie desea recordar o investigar. Pero de esas cuestiones y de otras ya iré hablando en sucesivas entregas.
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