Bruselas
Irlanda y Cataluña
Lo más cómico de la campaña electoral catalana no es el despelote de la propaganda cutre, que arruina un prestigio creativo de 30 años, sino cómo la crisis de Irlanda ha dejado en pelotas el discurso de los nacionalistas. Estaban tan ensimismados Artur Mas en tremolar el soberanismo y Joan Puigcercós en insultar a andaluces y madrileños que no repararon en cómo el «Cobrador del frac» se plantaba en Dublín con el fajo de la facturas pendientes. He ahí a la indomable nación irlandesa arrodillada ante un puñado de burócratas circunspectos que, a cambio de 80.000 millones de euros, le han exigido pleitesía y buenos modales. No hay trance más amargo de sumisión que vender el orgullo para escapar de la pobreza. Y si son los ingleses los que extienden el pagaré, la humillación para un irlandés adquiere las proporciones de la hambruna de la patata, que diezmó el país y desde entonces no hay nadie que llore con más estilo cuando canta. No es para menos: siglos guerreando contra el anglicano para que al final unos grises funcionarios de Bruselas les dicten cómo comportarse, qué gastar, qué impuestos deben pagar y cuántas pintas de cerveza pueden permitirse a la semana. Europa ha entrado de sopetón en el alegre pub de San Patricio y del portazo ha enmudecido hasta el gaitero. Ésta es la nueva «vía irlandesa», porque en la vieja ya no cree nadie, salvo Iñaki de Juana Chaos, que quiso meterse a taxista en Dublín para llevar a las ancianitas a misa y todavía no lo ha encontrado la Policía. La caída de Irlanda, como la de Grecia y, tal vez, la de Portugal, viene a corroborar un axioma de la economía globalizada: que los países pequeños y pobres han de renunciar a grandes parcelas de soberanía para sobrevivir entre los grandes. Si incluso España, hasta hace poco octava potencia mundial, ha doblado la rodilla ante una llamada telefónica de Obama, Merkel y Sarkozy, ¿cómo no sonreír ante el calentamiento local de los nacionalistas catalanes, que sólo con oírlos le entran a uno ganas de arrasar Bizancio con cota de malla? No le faltaba razón a José Montilla cuando dijo aquello de que si Cataluña fuera tan independiente como Irlanda seguramente correría hoy su misma suerte. O sea, cinco años machacando a los ciudadanos con el Estatut de marras y de llamar «catalanófobo» a quien lo criticaba para, al final, admitir que de no haber pertenecido a España, a los catalanes ya les habría racionado Bruselas la butifarra, las embajadas de Carod-Rovira y las comisiones del 3%. Pero que además lo reconozca su propio presidente es para darle la Cruz de San Jordi al Tribunal Constitucional en pleno.
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