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La Razón
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Poco podíamos pensar hace unos años que la intolerancia crecería tan deprisa y con tanta fuerza en Cataluña. Que el independentismo tenga más o menos adeptos no es tema principal, es más, no tendría que preocupar como preocupa, ya que la cuestión no es independentismo sí o independentismo no, la cuestión es libertado y democracia sí o libertad y democracia no.

En Cataluña, la opción independentista es pequeña, pero su dimensión mediática es grande y sus padrinos poderosos. El soporte ciudadano que ha llegado a obtener el sí a la independencia ha ido desde un 22% en las comarcas del interior, de con tradición carlista o conservadora, hasta un mínimo del 6% en las ciudades metropolitanas, de tradición cosmopolita y de izquierdas, las cuales jugaron un papel principal en la lucha antifranquista por la libertad, la amnistía y el Estatuto de autonomía. Hay dos cataluñas, con expresiones morales y políticas bien diferenciadas.

La cuestión es que ambas deben convivir, como lo han hecho hasta ahora. Pero solamente puede ser así si el respeto y la tolerancia imperan. Y es eso lo que comienza a resquebrajarse. Hace falta una ética común de la convivencia, algo que no se consigue diferenciando entre catalanes buenos y catalanes malos, como comienza a suceder. Es el primer paso hacia el nacional-populismo.