Escritores
Aire sucio
Marcel Duchamp convirtió el aire de París en una obra de arte embotellándolo en una ampolla y catalogándolo de «Ready made». En Madrid, sin embargo, nadie sabe ver el lado artístico de su aire y cada dos por tres echan pestes y lo tachan de pernicioso, sucio y lleno de malos humos. Sin saber que ese aire lo pintó Velázquez, lo pintó Goya y Solana en sus ambientes de tugurio cargado. «Ya, pero es que entonces no había tanta contaminación», me dirán. Pero es que incluso la polución tiene sus matices pictóricos y la tos madrileña un grado de casticismo poético.
Eso han debido pensar los ciudadanos cuando el Ayuntamiento les ha dicho que no cojan el coche unos días para reducir la mugre en el espacio y no han hecho ni puñetero caso. En realidad la contaminación es un tema que les trae al fresco y en algunos casos se considera una consecuencia de justicia poética por obligar al personal a echar el pitillo en la calle con el biruje, sin poder saborearlo con el café o la copa. Luego les dicen que tienen la boina cubriéndoles las cabezas como una nave invasora, y saludan como si por fin hubieran tocado el techo del cielo.
Ahora las autoridades ruegan por la lluvia purificadora, y acabarán llamando a indios danzantes, a gente dispuesta a romper nubes a cañonazos o zahoríes con su varilla. Yo pensaba que todavía tenía el paraguas mojado en el recibidor, que acabábamos de salir de grandes tormentas e inundaciones, y resulta que antes de poder disfrutar de un rayo de sol, ya estamos con la perniciosa sequía encima y una polución que nos va a obligar a andar con bastoncillo identificándonos por el carraspeo, o a tener una ola de crímenes entre la niebla. O a tener cabinas con mascarillas de oxígeno, como los japoneses. Y más sofisticadamente, embotellas aire de los Alpes franceses, de los picos tiroleses o la cumbre del Moncayo, para pulmones exquisitos. La lluvia de todos modos la tendremos con seguro en la Feria de San Isidro.
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