Cataluña
Una espiral de pobreza para Cataluña
La hipotética independencia supondría la deslocalización de empresas internacionales consolidadas en la comunidad, y también de alguno de los buques insignia catalanes
En cualquier proyecto empresarial en el que sus promotores necesitan contar con el apoyo de los accionistas, es absolutamente necesario presentar un proyecto de viabilidad del negocio. En dicho estudio, entre otras cosas, debe incluirse un análisis coste-beneficio del proyecto, algo tan básico que se enseña en primer curso de Economía. Pues en esta arriesgada «empresa» que es el nuevo intento independentista catalán, han obviado tan elemental procedimiento, probablemente con el fin de ocultar muchas miserias.
Vayamos por partes. En primer lugar, no hay ninguna duda de que la independencia no favorece ni a las empresas catalanas ni, por supuesto, a las grandes multinacionales que hay en ese territorio. La incertidumbre, ya sea en términos de posibles aranceles en el comercio «exterior», en el tamaño de los mercados o en cambios en la moneda –por citar sólo algunos de los males de un largo rosario de efectos negativos– supondría posiblemente la deslocalización de empresas internacionales consolidadas a lo largo de los años en Cataluña, y también de alguno de los buques insignia catalanes. La prueba de fuego es que el empresariado catalán no se ha posicionado a favor de la independencia, sino todo lo contrario. Baste recordar la exaltación del carácter español de La Caixa hace un par de años, con la enésima reverberación independentista, o la deslocalización de la fábrica de motos Honda a Italia, en busca de una mayor estabilidad.
En esta enajenación del nacionalismo catalán, esperemos que transitoria, pergeñada con el fin de tratar de minimizar la catastrófica situación económica en la que están los catalanes, no han faltado voces altisonantes garantizando la inclusión de Cataluña como un Estado más de la Unión Europea. Parece bastante obvio que el cumplimiento de los requisitos para la entrada en el club europeo –estabilidad monetaria, equilibrio de las cuentas públicas, ausencia de devaluaciones y mantenimiento de bajas tasas de inflación– son en la actualidad quimeras completamente inalcanzables para Cataluña.
Pero la variable más patente que han ocultado los independentistas es el tiempo. Aun cuando la incorporación contase con el apoyo de todos los países integrantes, el proceso podría durar, en el mejor de los supuestos, alrededor de cinco años a partir del cumplimiento de los criterios mencionados. Sin decir que si surgiese cualquier tipo de obstáculo, el plazo podría duplicarse o posponerse ad eternum. Durante todo ese periodo de incertidumbre, Cataluña tendría fronteras económicas que implicarían costes en las transacciones comerciales que afectarían a la competitividad de sus exportaciones, lo que a su vez tendría su reflejo en una reducción del PIB. Ello por no hablar de que durante todo ese tiempo, Cataluña perdería cualquier posibilidad de ser perceptora de cualquier fondo de la Unión Europea.
Siguiendo con este simple análisis coste-beneficio nos topamos con la deuda catalana, soberana o como más les guste llamarla. La Historia es una sabia consejera en los asuntos más trascendentales y para evitar caer en trampas en que otros ya cayeron, bastaría recordar el fallido proceso de independencia de Quebec y el reparto de su deuda. A día de hoy, Cataluña cuenta con una deuda de 44.000 millones de euros que es precisamente lo que ha puesto en funcionamiento toda la maquinaria independista. Pero no se debería obviar en los cálculos, que si esta comunidad se independizase, a esta cantidad habría que añadirle la parte proporcional que le corresponde de la deuda total de España. A este mar de lágrimas hay que añadir que su deuda soberana es en la actualidad considerada bonos basura, la situación es simplemente para gritar.
Una loca empresa
Podríamos seguir añadiendo a este recuento de calamidades, innumerables costes que no se han ni siquiera considerado, como la cuestión de la Seguridad Social. ¿Se han molestado en calcular cuál es el coste que tendrían que asumir en términos de prestaciones por desempleo o por jubilaciones? ¿Habrán considerado elementos tan fundamentales como que Cataluña tiene una población más envejecida que la media española? Pueden ponerse una venda, pueden inventar himnos, pueden ocupar las calles, pueden envolverse en su bandera, pero a los «accionistas» a los que quieren embarcar en esta loca empresa, deberían advertirles por lo menos de los riesgos que ella conlleva.
Finalmente, recordar algo que aprendí en los primeros cursos de Teoría Económica y que ilustra la situación. En cualquier proceso de ruptura, todas las partes salen perjudicadas, pero no se debería nunca obviar que el pequeño siempre sale más perjudicado que el grande. Aviso a navegantes de nuevas empresas.
Solidaridad entre «lander» para reducir las diferencias económicas
A punto de cumplirse 22 años de la reunificación de Alemania, los ciudadanos aún contribuyen con sus impuestos al desarrollo económico de los seis «lander» que pertenecían a la extinta República Democrática Alemana (RDA), y así lo harán hasta 2019. El denominado «impuesto de solidaridad» se paga a través del 5% del salario de todos los alemanes, occidentales y orientales. Dicha cuantía llegó a alcanzar el 7,5% cuando este mecanismo fue puesto en marcha en 1991.En total se estima que el oeste ha transferido 1,3 billones de euros al este de Alemania en las últimas dos décadas. Una cifra que, por ejemplo, casi dobla el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) de la eurozona, dotado de 700.000 millones de euros.
Aunque esta especie de Plan Marshall germano ha contribuido a la disminución de las diferencias entre «ossies» y «wessies», el poder adquisitivo, los salarios y las jubilaciones de los alemanes orientales aún representan el 71% de su compatriotas occidentales. Así, el desempleo en los «lander» del este alcanzó al 11,3% de la población activa en 2011 (18,5% hace una década), frente al 7,5% de media en toda Alemania. Mientras un habitante de Hamburgo disfruta de una renta per cápita de 49.638 euros, uno que vive en Sajonia-Anhalt debe conformarse con 22.245 euros.
En opinión de la canciller, Angela Merkel, que procede de la antigua Alemania comunista, «cada vez que cruzo la Puerta de Brandeburgo experimento la sensación de libertad de poder pasar libremente por un lugar donde antes eso era impensable», en alusión al Muro de Berlín que dividió el país hasta 1989. Pese a los resultados alcanzados, la líder democristiana considera que las transferencias hacia los antiguos territorios de la RDA deberán prolongarse durante la próxima década para consolidar la cohesión nacional.
Visto desde el oeste de Alemania, este esfuerzo económico supone una dura carga para muchos estados federados. Éste es el caso de Renania del Norte-Westfalia, el «land» más poblado de Alemania, en la cuenca del Ruhr, que afronta grandes dificultades presupuestarias. El Gobierno regional se ve obligado a demorar o cancelar inversiones en su propio territorio por la obligación de contribuir al Pacto de Solidaridad. Consciente de este malestar, Merkel reconoce que en la próxima década la ayuda no deberá concentrarse exclusivamente en el este, sino repartirse entre las regiones más desfavorecidas de todo el país, informa Pedro G. Poyatos.
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