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El alegre Curbelo
Confieso que hasta la presente desconocía la existencia del senador Curbelo. Reconozco, asimismo, que cuando la primera noticia que se tiene de un político es que acostumbra a celebrar los plenos yéndose con su hijo a una sauna en la que el currículum de las masajistas se circunscribe a sus medidas, es inevitable cogerle a ese señor una cierta tirria. No obstante, y dejando aparte el retortijón estomacal, creo firmemente que cada uno es muy dueño de hacer en su tiempo libre lo que le dé la gana, y que, fuera del Senado, Casimiro Curbelo puede pasar el rato tirándose en parapente o dándose al linfático desenfrenado. Lo digo porque quienes critican la decisión del PSOE de darle una jubilación anticipada –el ex ministro socialista Jerónimo Saavedra entre otros– invocando la intachable carrera política del alegre senador –según Wikipedia, la única que ha ejercido en toda su vida, lo cual explica muchas cosas– alegan precisamente eso: que cada uno puede darle a su cuerpo alegría, Macarena, siempre y cuando sea fuera del horario laboral. No es ésa la cuestión; la cuestión es que desde el momento en que organiza un escándalo público, agrede a la Policía y tira del rancio «usted no sabe con quién habla» para intentar hacerse un «simpa», Curbelo ha dejado de ser un político de bien. España no es EE UU y aquí, los líos de faldas y pantalones de nuestros políticos nos la traen al fresco. No es por el bar de alterne, senador Curbelo, es porque su estilo de macarra de discoteca poligonera ha sido el de un impresentable que, evidentemente, no puede seguir representando a nadie.
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