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Caray si existe por Alfonso Ussía

La enemistad no se reduce a España. En Argentina o en Marruecos se dan de tortas los blancos y los azulgrana

La Razón
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Hoy se juega un Real Madrid-Barcelona. Lo verán hasta los que abominan de este deporte de masas y pasiones encontradas. Mi padre, que llegó a ser de los cien socios más antiguos del Real Madrid, no vio en sus noventa años de aficionado ningún Real Madrid-Barcelona, y menos aún, al revés. Decía que el Fútbol Club Barcelona no existía, y que aquello que no existe, no se ve. Se equivocaba de cabo a rabo. ¡Caray si existe! Entre las aficiones del Madrid y del «Barça» no hay rivalidad. Impera el odio y la sonrisa va por barrios desde hace un siglo. No puedo negar que para mí una derrota sonada del «Barça» me conmueve más que una victoria del Real Madrid. Todavía me recreo con aquella final de la Copa de Europa celebrada en Sevilla entre el Barcelona y el Steaua de Bucarest, que era un equipo del montoncito, y se llevó la Copa de Europa al palacio del asesino de Ceaucescu. No se trata de antipatriotismo. Se trata de una mutua y correspondida antipatía que nace en el sexto mes del embarazo. En Italia, el Inter y el Milan se aborrecen, y en Inglaterra, el Manchester United y el Liverpool. Sin esa animadversión el fútbol sería como el balonmano, un rollo.

Entre el Real Madrid y el «Barça» hay un camino de esquinas y de espinas. Para los barcelonistas, el Real Madrid representa el españolismo puro y duro. Rubalcaba y Peces Barba aparte, casi todos los socialistas son del «Barça», por aquello de su distancia con lo español. Esta noche, en el Bernabéu, se volverá a repetir la tontería de todos los años. Banderas de España contra el «Barça», cuando el Barcelona –quiéralo o no– es un club español. Enfrentar la Bandera de todos a una grímpola autonómica es rebajar su importancia. Otra cosa es en la Copa de Europa. Ahí, el Real Madrid y el Barcelona representan a España y las banderas españolas tienen su sitio, aunque en los partidos del «Barça» no lo hayan encontrado todavía. Porque el Barcelona olvida que no todos sus socios y seguidores son nacionalistas catalanes. En todos los rincones de España hay barcelonistas acérrimos, como madridistas profundos. Y quizá, ahí el Barcelona no se concentra en las sensibilidades de los suyos, porque claro está que a un «culé» de Sanlúcar de Barrameda le importa un bledo la configuración política e ideológica del gran club catalán. Y en ese aspecto, el Real Madrid, que es sólo un club, no tiene esos problemas.

Durante los partidos entre madridistas y barcelonistas he visto a personajes sabios, ponderados, importantísimos y de muy elevado prestigio pedir a gritos el linchamiento del árbitro. He presenciado encuentros entre los dos grandes equipos en Madrid y Barcelona, y creo que, dentro de lo malo, es público más ponderado el mesetario que el mediterráneo. El primero se juega la victoria de su equipo y el segundo, el triunfo de un sentimiento nacionalista frente al club más poderoso de la Capital del Reino invasor, que manda huevos. Todos los argumentos, disparates y subjetividades –incluidas las aquí expuestas– sirven para caldear y enrarecer estos partidos que siguen centenares de millones de personas en todo el mundo. La enemistad no se reduce a España. En Argentina o en Marruecos se dan de tortas los blancos y los azulgrana cuando el encuentro finaliza. Y habríamos de sentirnos orgullosos. Es lo mejor que España exporta al exterior. La pasión, el desaprecio y la calidad de los dos mejores equipos del mundo.