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No hay salvación sin sacrificio por Pedro Alberto Cruz
A veces parece que no estamos en la realidad y que cuanta teoría hemos formulado a propósito de la economía es olvidada en el momento en que nuestro bolsillo resulta afectado. La subida de impuestos aprobada por el ejecutivo Rajoy en vísperas del nuevo año ha levantado todo tipo de críticas y reproches, a la sombra de todo tipo de argumentos y pareceres. Además, las declaraciones que, por sistema de goteo, dejan caer los responsables económicos del Gobierno, y que inciden en la necesaria reestructuración del sistema financiero mediante la «depuración» de todos aquellos activos tóxicos vinculados al ladrillo añaden otro motivo de preocupación a quienes no dudan en ver para el 2012 una dura contracción económica en España: la reorientación de las ganancias de las entidades financieras a la provisión de fondos para rebajar la presión ejercida por el lastre inmobiliario augura una menor circulación de crédito para empresas y particulares.
La cuestión es: pongamos que, en el peor de los casos, este último extremo, sumado a la mayor carga soportada por los salarios, se cumple. Es evidente que la recuperación se ralentizaría notablemente. Pero planteemos el asunto desde otro prisma: ¿acaso alguien puede pensar, a estas alturas, que una crisis que ha afectado al núcleo de cada una de las células de nuestra economía puede tener una solución rápida y a ritmo de marcha triunfal? Precisamente la ansiedad y los intentos torpes por cortar la hemorragia al segundo y con simple tiritas ha llevado a que, cuatro años después de su inicio, esta coyuntura fatal no solamente no haya superado, sino que muestres signos de mayor gravedad. La solución es, por tanto, paradójica: hay necesariamente que empequeñecer para luego crecer. O dicho en otros términos: no habrá expansión sin un necesario proceso de ajuste y contracción. Seguro que todo el mundo comprenderá este símil: cualquier cuerpo con exceso de kilos que quiera competir en una modalidad deportiva tendrá previamente que ajustar su peso para, con posterioridad, adquirir potencia y competitividad. Y eso implica un sacrificio inicial. Si, por el contrario, ese cuerpo sobrecargado pretende competir sin haber realizado los ejercicios de ajuste necesarios, las consecuencias serán fatales: a cada movimiento tendrá una caída, y nunca conseguirá su objetivo.
Pedro Alberto Cruz
Consejero de Cultura y Turismo
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