Museo del Prado

Personalismos

La Razón
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Hay ocasiones en las que directores artísticos de teatros parecen enloquecer en un afán desesperado por buscar la originalidad y dejar su impronta. Vayan como muestra dos ejemplos que quizá les traigan cosas a la memoria. Imaginemos a uno que tuviese una relación particularmente amistosa con un artista de primerísimo rango, solicitado en todas las salas. Este divo o esta diva estarían abordando por el mundo un repertorio en el que sería estrella indiscutible, pero he aquí que nuestro director desearía que para él introdujese alguna novedad, nuevos títulos en el límite de sus posibilidades. Haciendo valer su amistad, conseguiría el compromiso para tres o cuatro proyectos y lo anunciaría a bombo y platillo mientras otras instituciones, con directores menos ambiciosos o más realistas, le anunciarían en su repertorio habitual. Pasaría el tiempo y el divo o la diva irían cancelando uno tras otro por no adaptarse a sus características y, en alguno aislado que no llegase a anular, el público reaccionaría con frialdad ante una interpretación de menor nivel del esperado porque la obra no era la ideal para su personalidad. El público se quedaría sin poder disfrutar verdaderamente del artista, mientras que gozarían de su arte otras instituciones sin directores con relación especial con él. Junto lo contrario de lo que podría y debería haber sido.Imaginemos un segundo director artístico, algo narcisista, de un centro con una ocupación del 95%, muy personal en sus planteamientos, poco amante de la tradición, divos incluidos. Podría caer en la tentación de programar espectáculos que resultasen muy interesantes para él, pero poco atractivos para quienes pagasen unas entradas de precio elevado y sin especial atractivo de los divos. La ocupación del centro pasaría del 95 al 70% y el déficit haría mella en la institución. Tales y otros afanes personalistas acaban en despropósitos. ¿Debemos esperar a que sucedan los hechos y luego curar las heridas o advertir para que no haya enfermos?