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El flequillo maldito

La Razón
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Volvemos a entregarnos al enigma de la primavera madrileña aguardando gozos cristalinos en el aire, esos pétalos de almendro volando, brotes verdes, y al final nos encontramos que lo que mayormente florece es el amor por un puñado de pelos. Vamos, por el dichoso flequillo de Justin Bieber. Hasta mi hijo se gasta de pronto un tocado de sosia y me parece mal afearle el casual trasquilón, pero cuando oye el nombre del afamado sinsorgo lo pone a caldo como el colmo de la cursilería, estultez y blandenguería Plateresca (¡Es tan suave, que parece hecho de algodón!). Acabáramos, pero el caso es que pone a las púberes canéforas deshaciendo con vapores hormonales los relojes blandos de la Plaza de Dalí, y lo que es un «look» es un «look» para los mozalbetes nacionales a la hora de rebañar cacho, mal que les pese. Eso, o estudiar la manera de liquidar a ese insoportable mancebo, cuyas fans sólo se saben un estribillo.

¿Podemos imaginar hoy a un acomplejado como Mark Chapman, el asesino de Lennon, acer- cándose al requetecreído ídolo diciendo: «Justin, te amo» y desmoñándolo con un cartucho del 45 Magnum en pleno entrecejo, a ver hasta donde vuelan su célebre repeinado y su desconocida sesera? Se rodea de tantos gorilas que al final la solución la tendrá que tomar él mismo. Aunque parece que algo existe de justicia poética, tanto como para que sólo se le ocurriera ponerse a jugar un partido de fútbol vestido de azulgrana con las espinillas al aire rodeado de maromos del Madrid. Habrá quien llame valor a las pocas luces o un método para lograr en el concierto un tono más quejumbroso, pero seguramente no acabarían tocándole ni un capilar, porque ya ni Mou inspira a meter la pierna como a principio de temporada. Todo valga para mitigar la ardiente cantinela que nos lleva atosigando con la llegada del calor y las nínfulas feroces que se recortan las faldas del uniforme y hacen pellas con sus mamás o con otras «babies». Aunque los que se disfracen luego sean ellos, los muy perillanes.