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El éxito más inesperado
Las encuestas respondieron fielmente a lo que iba a suceder en las capitales y en casi todos los grandes pueblos pero no a lo que se cuece en las zonas rurales
Por increíble que parezca, a finales de la legislatura que ahora comienza, el PSOE de Andalucía, esta vez con el apoyo de IU-CA, habrá alcanzado al franquismo en permanencia continuada en el poder. Millones de andaluces no habremos conocido otra cosa. Treinta y seis años de franquismo y otros tantos en manos del PSOE-A nos convierten en una singularidad histórica de la que no cabe presumir, por más que lo harán, a buen seguro, quienes logran perpetuarse hasta mucho más allá de lo prudente. En ambos casos mediante el uso de la legalidad.
Si los pueblos no se equivocan nunca, está visto que las matemáticas tampoco, lo que vale lo mismo para la aritmética electoral de las autonómicas 2012 en Andalucía que para el cómputo de años del socialismo andaluz en el poder que acabo de mencionar.
Durante la pasada noche electoral, los dirigentes del hasta entonces hegemónico Partido Socialista Obrero Español–A no encontraron ni siquiera necesario torcer un poco el gesto por la derrota sufrida en las urnas a manos del PP-A. Muy al contrario, mostraron una desmelenada euforia, una alegría atroz, impúdica y casi fuera de contexto, que sólo puede entenderse en la medida en que asumamos que el único fin del PSOE no era esta vez el de refrendar la confianza que los ciudadanos le otorgaban desde hacía tres décadas, sino el de la mera continuidad en el poder, incluso a costa de tener que compartir un trozo del mismo con unos socios de ocasión a los que el PSOE a lo largo de la historia siempre ha demonizado tanto o más que a los partidos de centro-derecha.
La aritmética, como digo, no miente y el ganador incontestable de las elecciones andaluzas ha sido el Partido Popular de Javier Arenas. Una victoria pírrica, suele decirse en estos casos. De Pirro, rey de Epiro y Macedonia, uno de los mejores generales de su tiempo, cuenta la leyenda que perdió tal número de combatientes para vencer en la batalla de Heraclea, que al contemplar el resultado exclamó: «Otra victoria como ésta y volveré a casa solo». Desde entonces, las victorias alcanzadas sin utilidad alguna suelen calificarse de «pírricas».
¿De qué podría servirle al Real Madrid golear al Barça si al final no se alza con la Copa de campeón de Liga? También el Príncipe Bernardo de Holanda, durante la operación bautizada «Market Garden» en la II Guerra Mundial, en la que los aliados sufrieron más bajas que en todo el Desembarco de Normandía, sentenció: «Nunca más podrá mi país darse el lujo de sufrir otro de los éxitos del mariscal Montgomery».
Así pues, si los que pierden se muestran eufóricos porque permanecerán en el poder tanto tiempo como Franco (pírrica venganza histórica) y los que ganan no podrán usar sus votos en lo que merecen (victoria pírrica), ¿qué caras se les queda a muchos ciudadanos ante semejante tesitura?
A toro pasado, resulta más fácil explicar por qué erraron los pronósticos que averiguar las verdaderas razones que anidan tras la insuficiente victoria del PP. Parece bastante claro que los sondeos respondieron fielmente a lo que iba a suceder en las capitales y en casi todos los grandes pueblos de Andalucía (exceptuados varios de los más importantes de la provincia de Sevilla). No detectaron, sin embargo, lo que se cuece en las zonas rurales.
El PP cuenta con el respaldo necesario en las ocho capitales y en la práctica totalidad de los núcleos urbanos de medio y gran tamaño, excepción hecha, como digo, de los de la provincia sevillana y alguno más, como Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, o Ayamonte, en Huelva. El desfase que no reflejaron los sondeos, por tanto, fue el de los pequeños pueblos, una miríada de localidades donde el PSOE continúa manteniendo una hegemonía cuasi caciquil, mitad clientelar y mitad consecuencia de las circunstancias pseudohistóricas de una larga travesía democrática. Parece evidente ahora que es ahí donde se localiza la gran errata en las encuestas.
En cuanto a los motivos que permitan explicar por qué la desastrosa situación económica, la grave crisis que atraviesa la Junta con la corrupción y el riesgo cierto de colapso político, financiero y administrativo no parecen suficientes en las zonas rurales para otorgar mayor diferencia en los resultados a favor del PP, eso parece algo más complejo. O más enrevesado.
La abstención, también entre los votantes del PP, no entraba en los cálculos y se queda apenas a 44.000 votos de la mayoría absoluta. La subida de 130.000 votos disparó a IU hasta los 12 diputados, mientras que idéntica cantidad de votos a UPyD no le han servido ni para obtener un escaño.
Lo cierto es que los riesgos son demasiado serios y el desapego hacia el PP en la inmensa mayoría de los pueblos pequeños continúa lastrando los deseos de cambio, manifestados reiteradas veces y hasta con renovada furia en diversos comicios por los ciudadanos más activos y con más iniciativa de los núcleos urbanos de toda la comunidad. Si alguien lo prefiere, puede expresarse a la inversa. Es decir, serían los grandes núcleos urbanos los que no terminan de enterarse de que en las zonas rurales la fidelidad hacia el PSOE les resulta innegociable. Ganan las ciudades, pero la victoria resulta inservible.
La brecha entre el PSOE y el PP se ha invertido por completo, pero se repite, aún, la falla existente entre la Andalucía urbana y la rural. Entre tanto, la discusión es otra, pues es IU, la menos votada de las tres fuerzas políticas por los ciudadanos, quien podrá sentar a su mariscal de las mariscadas a la mesa de las influencias y apuntalar al PSOE para celebrar la efeméride que supone superar al franquismo en su récord de permanencia en el poder.
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