Bibliotecas y Museos
Se busca un pelo
La primera víctima de un robo es la seguridad. «Bruxas, haberlas, haylas». Pero abundan más cuando uno deja las llaves puestas en la caja fuerte. El «Códice Calixtino» lo ha cogido una mano descarada que no debía creer en el Apóstol ni en el año Xacobeo ni en la segura excomunión que acompaña por robar en lugar sagrado.
Lo ha extraído en un descuido, meditado o casual, y se lo ha llevado del archivo catedralicio, envuelto o no, en la cartera o debajo del brazo, sin que nadie reparase en su presencia ni en el delito (que sólo conlleva una pena de cinco años de cárcel).
Vigilancia extrema
La Policía revisa ahoras las cintas de vídeo por si la meiga aparece en alguna de ellas y llevarla a comisaría. La Policía Científica recoge huellas de las dependencias contiguas y peinan las salas buscando una prueba de ADN, la indiscreción de un pelo (les basta eso) en una baldosa que les conduzca al delincuente. Su vigilancia, como sucede en estas circunstancias, se ha extendido a los foros privados de arte que florecen en internet. Extreman la observación de las casas de subastas, de los coleccionistas privados y otros fetichistas del arte. Los policías se hacen pasar por compradores (como sucedió con el robo de pinturas en la casa de Esther Koplowitz), pinchan teléfonos si es requisito imprescindible y aprueban seguimientos. Esto no es obra, como ha dicho alguien, de un chamarilero. La hipótesis que cobra más sentido y peso es la que apunta a un encargo. Como afirma una fuente policial, existe un mercado de antiguedades paralelo al legal. Para David Durán, de Subastas Durán, «es porque lo han encargado o que alguien se lo ha llevado en un despiste y no sabe lo que tiene». Para él, el mayor riesgo «es que lo tenga un resentido con la Iglesia». Lo que pueda hacer, en este caso con él, es pura imaginación. El editor Manuel Moleiro ha hecho hincapié en las medidas de protección, sumándose a las voces de documentalistas, expertos y policías que han cuestionado el entorno de seguridad. Lo usual, cuenta Moleiro, son unos trámites duros. La British Library y otras grandes instituciones exigen un rígido trámite burocrático y no enseñan estas obras nunca. Y jamás permiten que un investigador se quede a solas con el ejemplar. Juan Monterroso, decano de la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, ha afirmado que ni siquiera él tendría acceso. Él conoce el archivo, pero sólo como usuario. Pero, parece que, a pesar de las cámaras, el armario blindado y de que sólo tres personas accedieran a la sala, era habitual que el archivo tuviera una alta afluencia de personas.
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