Barcelona
Desde Rusia con amor (I) por César Vidal
Con eso de que España había conseguido salvar a su banca, decidí regresar después de varios años a pisar las calles de Moscú. Aunque no conozco otra capital con mayor profusión de chicas guapas por metro cuadrado, mi mayor interés era contemplar si los años de Putin han servido para elevar la situación económica de los rusos o, por el contrario, sólo para hundirla. El cambio experimentado por Rusia en menos de una década es auténticamente espectacular. Aquellos que han conocido un Moscú cercano en el tiempo con las calles semivacías de automóviles, ayuno casi totalmente de comercios y con negocios abiertos al público donde no había lavabos, se quedarán pasmados al ver que el número de vehículos se ha disparado provocando unos embotellamientos inimaginables, que el número de tiendas y almacenes no deja de crecer –señal inevitable de que son rentables– y que los establecimientos de hostelería se han colocado entre los primeros del mundo. Pongo un ejemplo: el Carlton de Moscú, a cinco minutos caminando de la Plaza Roja, es uno de los mejores hoteles que se pueden disfrutar en el mundo. Pues bien, a su altura, en la acera de enfrente de la calle Tviérskaya, hay abierto un Zara. Moscú es una ciudad viva, pujante, más maravillosa que nunca donde resulta innegable la presencia de compañías extranjeras aún con más nitidez que Barcelona o Valladolid. Es verdad que Moscú es una excepción en Rusia como, en buena medida, lo es Madrid en España. Pero el resto de la nación también ha avanzado y la prueba es que su tasa de desempleo es poco superior al dos por ciento. Hace años recorrí varias de las ciudades del denominado Anillo de Oro. Setenta y cinco años de socialismo sólo habían dejado tras de si faraónicas estatuas de Lenin y bases militares. Teatros, mercados o academias habían sido elevadas con una fecha tope que era el reinado de Nicolás II. En mi viaje, tuve entonces que hospedarme en algún convento. Todo eso ha cambiado extraordinariamente. En Suzdal, por ejemplo, en el lugar donde antes sólo había algunas casitas de madera de dos habitaciones para huéspedes, ha aparecido un complejo turístico con varios restaurantes, con distintos hotelitos e incluso con un Spa. La paz, la tranquilidad y el servicio son comparables a los de cualquier balneario europeo. Sé que a los nostálgicos de la URSS estas noticias les sabrán mal, pero son la realidad. Rusia está despegando de una forma que nadie hubiera podido pensar hace tan sólo una década. Sucederá lo mismo con su sistema político, aunque quizá para ello tenga que esperar otra generación. No es tanto tiempo para un pueblo que ya tiene mil años y que derrotó a polacos y a jesuitas, a Napoleón y a Hitler. Y si no al tiempo.
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