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Cuando éramos reyes por Ángela Vallvey
Sin duda, Europa es un sueño. Cualquiera que haya viajado un poco lejos de las fronteras del Viejo Continente –a la Europa del Este sin ir más lejos– lo sabe. Con sus defectos, no hay nada en el mundo que se parezca a Europa. Arte, patrimonio histórico de valor incalculable, alfabetización generalizada, derechos, seguridad, igualdad de oportunidades, libertad, un bienestar social como nadie había logrado alcanzar jamás en toda la historia de la humanidad… No es difícil caer en el etnocentrismo para un europeo, pensar que el resto del mundo es «primitivo» en comparación con la refinada y evolucionada Europa. Los antiguos griegos ya se reían de los «bárbaros» y los sometían como a inferiores. Pero Europa, que ha aprendido la lección de la Historia, la de su pasado, sabedora de sus trasnochados expolios y etnocidios, guarda las apariencias y, al menos, tiene el buen gusto de no fingirse superior, incluso ha inventado el relativismo moral para expurgar sus culpas y demostrarle al resto del planeta que (sigue siendo superior porque) es capaz de comprender a los demás…
Sin embargo, en estos tiempos, Europa está herida. En su confort, su seguridad, su crecimiento, su prosperidad. Unos países más que otros, claro, pero toda Europa es consciente de las mentiras (las deudas) que sostienen este sueño maravilloso que ha durado desde la II Guerra Mundial hasta la fecha. Europa era un sueño, y ha tenido que venir la agencia yanqui S&P a despertarnos de él. Pero lo ha hecho como uno de esos antiguos maestros victorianos, severos y arbitrarios, que sufrían un ataque y suspendían a la clase entera, incluido al empollón (Francia, en este caso) de modo que... nadie se tomaba en serio las notas.
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