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La calle es suya por Lucas Haurie

La Razón
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Las apreturas económicas entristecieron los días de las «carnes tolendas» hasta convertir el Carnaval en un mustio pasacalles cuaresmal. Los pocos que tienen el ánimo y el bolsillo para fiestas las celebran con sentimiento de culpa y freno de mano, con un cierto sentido de la penitencia por el prójimo en paro. Así, cuando el capilleo irreductible ya babea con la proximidad de la Semana Santa, copa la avenida una procesión de menesterosos en desacuerdo con lo que el Gobierno considera imprescindible. ¿Y si los tiempos han cambiado tanto como para que por la carrera oficial desfilen este año sindicalistas airados en lugar de devotos con antifaz? Con Fraga muerto nada más mudarse a la Moncloa su pupilo predilecto, la derecha no se atreve a proclamar eso de «la calle es mía» ni amparada por once millones de votos. Campa en Interior un Fernández Díaz preso de sus complejos generacionales y geográficos pues, sesentón y catalán (aunque nacido en Valladolid), creció doblemente aplastado por el cuento de la hiperlegitimidad de la izquierda. Ordenar a la pasma repartir unos porrazos debe ser para él un trauma, como para un descendiente de Napoleón mandar marchar sobre Waterloo. Antisistema, perroflautas, desaseados en general y demás mala yerba se lo van a comer por sopa. Y a nosotros con él.