Nueva York

Hace un año: Qué ha sido de la solidaridad con Haití

El próximo día 28 celebra elecciones, un año después del terremoto, en plena epidemia de cólera y sin poder llevar a cabo su reconstrucción administrada por políticos corruptos

Sólo el 20 por ciento de la población haitiana tiene agua. En la imagen, un hombre se lava en la calle
Sólo el 20 por ciento de la población haitiana tiene agua. En la imagen, un hombre se lava en la callelarazon

Jean Felix Lebonor, de 35 años, descansa en la sala de juegos recreativos del campamento de Isolé, en el barrio de Cité du Soleil (Ciudad del Sol), en Puerto Príncipe, el lugar más peligroso del mundo, y donde la pobreza parece que no da tregua a los haitianos. Este carpintero ve la televisión con unos amigos en la tienda de campaña más grande del poblado. Desde fuera se ve el reflejo de la luz de los disparos de la película con la que pasan el rato. Al entrar al campamento se le pide permiso.

Jean Felix Lebonor lleva una camiseta interior blanca de tirantes carcomida por la miseria. Sus manos, ásperas por las cicatrices de la pobreza, están llenas de heridas malcuradas. Nunca ha ido al médico, pero ríe cuando dice que es un hombre fuerte. Tiene cinco hijos y ésa es la mejor prueba de fortaleza en Haití. En parte, por eso es uno de los líderes. En los campamentos de millón y medio de personas que todavía siguen desplazadas después del terremoto del 12 de enero tienen delegados y presidentes, que suelen ser los más ancianos. Ellos organizan la poca comida y se encargan de que no haya violencia. De momento, no hemos tenido muy buen recimiento. Un niño nos ha tirado un palo a la cabeza.


Más de 1.100 personas
Queda poco para que caiga el sol. Llegado ese momento, Jean Felix Lebonor organizará los turnos de vigilancia. «Aunque estamos muy preocupados por la seguridad, aquí estamos mejor que en otros sitios de Cité du Soleil. No hay tantos crímenes», explica. Está enfadado porque no sabe qué tipo de futuro le espera a las 294 familias de su campamento, donde hay más de 1.100 personas. Sus casas son tiendas de campaña, están ya sucias y no tienen agua. Viven una media de cinco personas en cada una. A veces una madre con sus hijos. Otra con sus hermanas. Pero siempre falta el cabeza de familia que abandona a su pareja cuando envejece. La cocina está en medio del poblado. Es una barbacoa que utilizan por turnos. «No somos muchos aquí», asegura. Y tiene razón: hay otros poblados donde se hacinan más de 17.000 personas. No espera mucho de su gobierno, que escribe su historia con capítulos de corrupción y opresión. Lebonor dice que no va a votar el 28 de noviembre en las elecciones presidenciales donde se presentan 19 candidatos. No tiene agua y las letrinas cada vez son peores. Por eso no cree en el gobierno.

La coordinadora general de Dinepa, la Dirección Nacional de Agua Potable y Saneamiento de Haití, Sybille Piquion, explica desde su oficina del barrio rico de Puerto Príncipe, Pétion-Ville, que «sólo el 20 por ciento de la población haitiana tiene agua». Y no sabe qué porcentaje recibe agua potable en sus casas. Así es todo en Haití, donde el gobierno es prácticamente inexistente. El jefe de la Misión de Naciones Unidas (Minustah), Edmond Mulet, reconoce la importancia de afrontar el problema desde el estado de derecho. «Haití lleva sin presidente de la Corte Suprema cinco años. Un magistrado trabaja de media 52 minutos al día. Hay otros que están en sus despachos entre dos y tres horas. En muchos municipios no hay registro de nacimientos. Antes del terremoto, más del 65 por ciento del presupuesto de Haití procedía de la ayuda exterior. El 90 por ciento de los servicios de salud son proporcionados por las ONG», destaca el representante especial del secretario general de la ONU.

A la familia de Lebonor, con cinco hijos, nadie les proporciona agua desde marzo. Y les quieren echar de la calle. «Estamos en un espacio público», se queja con razón: han hecho su casa en una pequeña ladera de escombros junto a la carretera. Las letrinas están al fondo del campamento y el hedor es insoportable. Se ubican justo al lado de las duchas hechas de cemento. Allí, el olor es peor.

Al lado hay un río donde juegan los niños descalzos y casi desnudos. Ellos no pierden la sonrisa, mientras se entretienen con varios palos. Piquion explica que «deben pagar el agua. Nosotros no podemos regalársela. Antes del terremoto la compraban», en referencia a las personas que critican que ya no se la ofrecen gratis. El pueblo haitiano siempre ha confiado en la ayuda exterior. En la conferencia de Nueva York de marzo, la comunidad internacional se comprometió a donar 9.000 millones de dólares en 10 años. Ya ha llegado el 30 por ciento. Pero los líderes demandan los resultados que no se ven en las calles.

A Lebonor, acostumbrado a recibir ayudas, le resulta difícil tener que pagar el agua de nuevo.
Ya en el corazón de Cité du Soleil, la basura se apila a ambos lados de la carretera, donde se levantan chabolas y casas a medio derruir en las que vive la gente. Es hora punta. Hacer un recorrido de cien metros en coche es imposible entre camiones, automóviles, personas y animales que cruzan la carretera ocultos en una nube de polvo. No hay semáforos, ni líneas de demarcación de los carriles.


Un año tras el terremoto
Ha pasado casi un año del terremoto que hizo ponerse de pie a la comunidad internacional, como si antes no se supiese que Haití era el país más pobre de Latinoamérica. Las imágenes que transmitieron los miles de periodistas despertó al mundo. Muchos entorpecieron las labores de rescate los primeros días en busca de la foto más cruenta. Cualquiera parece decidido a sacar partido a la miseria de este país. Mientras, los haitianos miran impasibles sin saber qué hacer. Con un 80 por ciento de desempleo, no saben qué es trabajar. Y la organización de cualquier tarea, por mínima que sea, se presenta como una gran hazaña.

Está de moda comprometerse con Haití. Donar dinero se ha convertido en una carrera internacional y, aunque todo sigue igual en el país, vivir en tiendas de campaña no es tan malo para algunos haitianos. Antes del terremoto vivían en poblados de chatarra bajo los barrancos. El representante nacional de la organización «Save the children» (Salvad a los niños), Gary Shaye, admite que la situación ha mejorado. «Uno de los grandes retos es el educativo. El terremoto se llevó 4.000 escuelas. Y sólo se han reconstruido 120. El 40 por ciento de los niños no estudian más allá de quinto grado».

El 86 por ciento de las personas que completan su enseñanza secundaria o estudios superiores abandona el país. Otro de los grandes problemas es la situación de los niños esclavos. Según datos de Unicef hay alrededor de 300.000. Son los padres los que los entregan para que trabajen en sus casas a cambio de comida y un techo. Además, alrededor de 3.000 viven en las calles. Y otros tantos son llevados cada año a República Dominicana para la prostitución o la venta de órganos.

En Haití, conocido como la República de las ONG, hay unas 10.000 organizaciones no gubernamentales. Sólo 500 cumplen de forma escrupulosa con la norma de explicar sus proyectos y rendir cuentas del dinero que reciben. Del resto, poco se sabe.


Lavarse las manos
Ahora, el gran reto es el cólera, después de haber superado el huracán Thomas la semana pasada, que dejó veinte muertos. «Estamos insistiendo en la necesidad de lavarse las manos. Es muy importante», recuerda Shaye. La poca transparencia del gobierno dificulta la situación. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y han decidido culpar a Naciones Unidas del problema para que el candidato del gobierno no se vea perjudicado. Hay más de 800 muertos y 10.000 infectados.

Lebonor, como el resto de la población siempre ha hecho, está concentrado en subsistir. Haití fue la colonia más rica por las exportaciones de azúcar, el petróleo del siglo XIX. Pero este país, el primero en lograr la independencia de Letinoamérica en 1804, fue aislado por la comunidad internacional para que su revolución no fuese un precedente entre el resto de los esclavos. Y, de forma paradójica, Lebonor y el resto de la población vuelven a depender esta vez de la ayuda del resto del mundo para salir adelante.

Pero este joven orgulloso acepta este apoyo, mientras recuerda su glorioso pasado.