Londres
El misterio de Dunkerque por César VIDAL
Hace 70 años que las tropas británicas dejaron el continente perseguidas por Hitler. Todavía no se sabe por qué el «führer» no las aplastó.
A mediados de mayo de 1940, los panzers del III Reich habían puesto fuera de combate a las fuerzas franco-británicas en el frente occidental. Los restos del cuerpo expedicionario británico se dirigieron hacia Dunkerque con la intención de reembarcar hacia su patria. Los blindados alemanes podían haberlos aplastado, pero en ese momento Hitler ordenó que se detuvieran. Setenta años después conocemos las claves de lo sucedido. En mayo de 1940, Von Manstein, interpretando correctamente las instrucciones estratégicas que le proporcionó el propio Hitler, perforó el frente aliado por Sedán y rebasó a las fuerzas francesas y británicas. Lo que se entabló entonces fue una retirada de los aliados a la desesperada para evitar ser cercados, retirada en la que su capacidad combativa quedó aniquilada. El 19 de mayo, John Gort, jefe de la fuerza expedicionaria británica, comenzó los preparativos para un reembarque en el puerto de Dunkerque. Lo único que podía evitar aquella salida de territorio francés era que las fuerzas galas lanzaran un contraataque contra el flanco norte alemán. Sin embargo, el desplomado Ejército francés fue incapaz de llevarlo a cabo y, el 24, Londres ordenó la retirada. A esas alturas, la decisión era puro voluntarismo. Los panzers del Grupo A del ejército de la Wehrmacht al mando de Von Rundstedt, quizá el mejor general del que dispuso Hitler durante toda la guerra, se hallaban a las puertas de Dunkerque y hubieran podido aplastar con facilidad a los británicos. Sin embargo, Hitler ordenó que no prosiguieran su avance. Las razones para esa decisión se hundían en su especial visión ideológica. A diferencia de los franceses –a los que contemplaba con desprecio– o los rusos –a los que calificaba de infrahumanos–, Hitler consideraba que los británicos eran arios y, por añadidura, habían demostrado cumplidamente la superioridad racial en empeños como su presencia en la India. Lejos de considerarlos enemigos, Hitler creía que podía llegar a una paz con Gran Bretaña a cambio de respetar su imperio, lo que, por añadidura, le permitiría lanzarse sobre la URSS.
El prejuicio de Hitler se sustentaba además en las opiniones de personajes como Lord Halifax, partidario de llegar a una paz con el III Reich, o como el príncipe de Gales, que no había ocultado sus simpatías por el nacionalsocialismo alemán. Sin embargo, Winston Churchill no estaba dispuesto bajo ningún concepto a ceder ante Hitler. De hecho, aprovechó la detención de los panzers ante Dunkerque para fortificar las defensas de la última línea que cubrieran a los británicos que se retiraban. El 26 de mayo, a las 23:30, comenzó el embarque de tropas británicas junto a franceses y belgas en el curso de lo que se denominó la Operación Dínamo. Para llevarla a cabo se movilizaron desde yates a barcos de pesca pasando por lanchas. Churchill dijo noDe manera bien significativa, Hitler se limitó a emplear la Luftwaffe para bombardear algunas embarcaciones, pero siguió sin lanzar sus blindados. Así, el 2 de junio, a las 3:30, abandonó el continente la última embarcación británica. A lo largo de seis días, se evacuaron 338.872 combatientes, de los que 215.787 eran británicos. La propaganda aliada insistió en hablar del milagro de Dunkerque, pero la verdad es que los británicos habían perdido todos sus blindados Mathilda Mk I, quedándose con apenas doscientos tanques muy inferiores a los germanos y la Royal Navy vio cómo la aviación alemana hundía seis de sus destructores. De hecho, Winston Churchill no se engañó sobre lo que había sucedido. A la vez que alababa el comportamiento de sus compatriotas, reconoció que las guerras nunca se ganan con retiradas y, sobre todo, se dispuso a resistir no sólo a Hitler sino también las presiones de un sector de la clase política partidaria de llegar a un acuerdo con el III Reich. Su empeño en seguir enfrentado con la Alemania nacionalsocialista resultaría, al fin y a la postre, decisivo para salvar al mundo de la barbarie hitleriana.
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