Fundación Víctimas del Terrorismo

Más dieta que huelga por Alfonso Ussía

La Razón
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No me fío de la seriedad de Otegui en sus huelgas de hambre. En la última engordó bastante. Terminará zampándose un plato de chipirones en su tinta. El llamado «desafío» de los presos etarras en huelga de hambre carece de importancia. Si es cierto que se ponen a ello, adelgazarán unos kilos, pero no más. Juegan a maltratados. Disponen en las cárceles de todas las ventajas y comodidades posibles. Son tratados con mucha más consideración que el resto de los presos comunes. Y escribo que del «resto de los presos comunes» porque los etarras son presos comunes como todos los demás. No hay nadie en España encarcelado por sus ideas o la pública exposición de las mismas. Los presos etarras cumplen penas de prisión por haber cometido gravísimos delitos tipificados en el Código Penal. Si desean comer, que coman. Si les apetece adelgazar un poco, que adelgacen. Si alguno de ellos, excepcionalmente, es capaz de soportar una huelga de hambre hasta el final –los antecedentes me obligan a ponerlo en duda–, que lo haga. El ataque de miedo –o fue otro el motivo–, que sufrió el Gobierno de Zapatero, con Rubalcaba a la cabeza, cuando De Juana Chaos adelgazó en demasía, nos puso en ridículo ante todo el mundo. Se recuperó muy pronto en su libertad regalada, y cuando se sintió fuerte se fugó. Todavía anda suelto con su chica, y mucho me temo que va a seguir disfrutando de la libertad que no merece. «Se nos va a morir en la cárcel», decía un Rubalcaba angustiadísimo. No pasa nada. Que se muera. Nadie, excepto él, estaba llevándolo hacia la muerte. Además, resulta muy extraño que un individuo en trance de fallecer por inanición voluntaria se sienta con el vigor preciso para disfrutar de los chupachús de su novia, que lo visitaba a diario y se encamaba con el falso moribundo.

No recuerdo bien dónde se encerró Otegui para cumplir con su última huelga de hambre. Sí recuerdo la imagen de Otegui después de cuatro o cinco días sin probar bocado. Recibía paquetes, y no supongo que fueran de libros. La huelguita duró poco porque se dejó convencer. Y cuando apareció en público, lo hizo más gordo, sonrosado, fuerte, con la voz intacta y sin precisar en sus movimientos de ayudas ni parihuelas. Para mí que hizo una huelga de hambre muy descriptible, y sin duda, extravagante. Le crecieron las cocochas, y no se deshidrató gracias a las cervezas y los chacolís, aunque algún día probó el agua. Esta nueva huelga de hambre va a ser, más o menos, como la anterior. Y también más numerosa, pero irán desertando de ella sus practicantes al paso de los días. Nuestra obligación como contribuyentes es alimentarlos. Si ellos, de forma unilateral, renuncian a nuestra generosidad, tendrán que apechugar con su problema. No es el nuestro. Aunque también seamos los contribuyentes los paganinis de los cuidados médicos y los mimos políticos que recibirán en sus celdas o en las habitaciones de los hospitales públicos. Una lástima que ocupen las camas de quienes están enfermos de verdad y no juegan a héroes. El Gobierno hará bien en invitar a todos los observadores internacionales que deseen atender a los hambrientos imaginarios, porque nada tiene que ocultar. Y si alguno de ellos, hace un mal cálculo y dobla la servilleta, pues servilleta doblada y santas pascuas. Quizá proteste Hebe de Bonafini, y nos llame a los españoles «torturadores». Tampoco hay que preocuparse por ello. No van a aguantar mucho. Se trata de una dieta de adelgazamiento política. Recibirán durante la huelga paquetes de libros con aroma a lomo, salchichón, jamoncito del bueno, bonito de Motrico y anchoas de Bermeo. Y se pondrán estupendos, como le gustaba a Sabino Arana, altos, fuertes, gallardos y airosos en los andares. Y a otra cosa, mariposa.