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Jinetes en el cielo por Antonio PÉREZ HENARES
Hacía tiempo que no viajaba. El viejo sombrero de lona surafricano, mi amuleto desde que se lo cambié a un ranger en el Krugger por un «cachorro» canario, se estaba apolillando. Muchos abalorios a sus lados, muchos recuerdos y en el último año, ni una miaja de expedición que llevarse uno a la boca. La crisis me había alcanzado en el camino y no había manera de levantar el campamento. La última vez de las de verdad fue cuando me marché a las Rocosas, donde estuve en el viejo bar de los bandoleros Sundace y Cassidy, y en los cañones de Utah y Arizona, el Gran Cañón del Colorado incluido, que es una montaña al revés (primero hay que bajarlo y subirlo luego, que es lo malo) para acabar por los yacimientos prehistóricos de los anasazí, los petroglifos de los indios utes, freemón y navajo (cómo impactó en ellos la llegada del caballo y cómo lo reflejaban en sus grabados) y en el río de la Virgen, en Zións, bajo el «Posadero del ángel», donde después de descender mojé mi chambergo.
Ahora, cuando ustedes estén leyendo estas líneas espero haberlo hecho de nuevo en el río Bravo, o Grande que lo llaman en el otro lado. Tejas (USA) será mi primer destino y me llegaré hasta Laredo para cruzar ese puente que he querido cruzar toda mi vida y por cuyos vados ha cruzado el western entero.
Se lo contaré a la vuelta. Sobre todo a alguien que a mi regreso ya será quizás el fiscal general del Estado, pero que siempre tendrá parte de su corazón y de sus sueños cinematográficos en ese cruce de las aguas divisorias tantas veces recreado por su querido John Ford y sus «Jinetes en el cielo». Que así se llama el último libro de Eduardo Torres-Dulce. Le traeré un recuerdo.
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