Europa

Hollywood

La niña prodigio que devoró el mundo por Lluís FERNÁNDEZ

Los escándalos y sus relaciones amorosas transformaron su carrera en un foco de atracción para la prensa

Junto a Michael Jackson en 2001
Junto a Michael Jackson en 2001larazon

Taylor es ya un fotocromo indeleble en el firmamento de la cultura popular. No como la retrató Andy Warhol en sus sofisticadas serigrafías de superestrellas, sino como un mito del cine en color por technicolor y pantalla panorámica. Detrás de aquel hermoso rostro, de su fragilidad, fulgor de estrellas y fascinación mítica, se encontraba una persona dura y resistente como los diamantes que solía lucir. Liz Taylor fue una de las primeras estrellas que no quiso separar su vida y su carrera, su leyenda de actriz portentosa de su lucha por su individualidad. Sin importarle las consecuencias en el estrellato ni las trifulcas con el Estudio de la Metro, cuyo eslogan anunciaba hiperbólicamente que había más estrellas que en el firmamento. Al contrario, los astros rebeldes de los años 50 y 60 redoblaban su fama y prestigio cada vez que se oponían a la política de los estudios y reivindicaban su autonomía frente a su tiranía. La rebeldía e independencia de Liz Taylor fue premiada con el sueldo más fastuoso nunca antes cobrado por actriz alguna: un millón de dólares por interpretar «Cleopatra» (1963), donde conoció al que sería su marido, Richard Burton, y en la que destacó por su deslumbrante belleza.

Como Marylin Monroe, Liz Taylor les causó tales quebrantos y retrasos durante el rodaje que fue el principio del fin de la era de los estudios y el final del Hollywood clásico. Sus amores con gays no le impidieron pedirles en matrimonio, como a Monty Clift, minutos antes de darle el sí a un Hilton, ni robarle el marido a una íntima amiga, Debbie Reynolds, por cuya hazaña fue repudiada en Hollywood. Sus ocho matrimonios fueron tan mediáticos como sus violentas separaciones. En especial con Richard Burton, con quien se casó dos veces. Si no fue la más grande, pareció serlo.

Como otras espectaculares estrellas de posguerra, Liz Taylor fue engrandeciendo su figura a base de hipertrofiar sus relaciones personales, sin importarle las repercusiones que cada romance, cada escándalo, cada ingreso hospitalario o retraso en los rodajes tuvieran en la prensa. Al contrario, cuanto más se publicitaba su vida privada más refulgía, pero ya no en el cine,sino en el gran mundo de la «jet-set». En los años 60, el cine dejó de ser el modelador de mitos universales para convertirse en una distracción más entre las muchas que ofrecían los medios de masas.


Un talento desperdiciado
Su carrera puede valorarse en función de cada década. En los años 40 fue la niña prodigio que cosechó fama internacional por su papeles junto a «Lassie». Su momento de esplendor de una de las grandes divas del cine lo vivió en los años 50, con «Mujercitas» (1949) y la saga de «El padre de la novia» (1949), pero no fue hasta «Un lugar en el sol» (1951) cuando destacó como una prodigiosa actriz natural, sin los artificios que imponía el Actor's Studio. Unas cualidades innatas para la interpretación que, desgraciadamente, sólo exhibió en contadas películas como «Gigante» (1956) y «La gata sobre el tejado de zinc» (1958). Los años 60 fueron de gran intensidad social y escasa relevancia interpretativa. Lo cual acrecentó su fama hasta convertirse en el personaje desgarrado por el amor y la bebida de la comedia de E. Albee «¿Quién teme a Virginia Woolf?» (1966), que interpretó junto a Richard Burton. Un duelo que le valió el segundo Óscar. Su relación no pudo ser más borrascosa. Se hacía eco a diario la prensa sensacionalista. Un amor más grande que la vida, como sus famosos melodramas, en los que se entremezclaban los ingredientes que le dieron la fama: amor, desprecios, drogas, desplantes, borracheras y peleas por los locales más sofisticados de Europa. Si hubiera que definirla, el adjetivo justo para su indomable personalidad sería el de resistente. Liz Taylor fue una mujer con una entereza de carácter y predisposición a la lucha como pocas en el hipócrita mundo de Hollywood. Una fuerza de la naturaleza capaz de enfrentase a las mayores calamidades sin importarle para nada el precio: vivir su propia vida.


Entre ocho maridos...
«Cada vez que me he enamorado, me he casado. Mi moral me impide tener sólo aventuras». Esta sentencia suya explica sus ocho bodas con siete maridos: con Richard Burton repitió. Un productor, un cantante, un actor, un senador republicano, un obrero... al final, ninguno funcionó.


...y sus amigos especiales
No fueron pocos, ni desconocidos. Taylor se caracterizó por tener famosos y excéntricos amigos: Michael Jackson, Freddie Mercury, Montgomery Clift y Rock Hudson, entre otros, compartieron con ella el talento y, seguramente, la incomprensión de los demás.