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OPINIÓN: Aborto y fe
«Quien vive como si Dios no existiera termina por convencerse a sí mismo de que eliminar a un hijo viene a ser como extirparse un grano o ponerse tetas»
S in vida eterna no hay progreso verdadero. Pensemos en el caso paradigmático del aborto. No parece fácil que quien no reconoce en el vientre de la madre siquiera al ser humano pueda amarlo incondicionalmente como hijo de Dios. No es tampoco infrecuente que quien vive como si Dios no existiera termine por convencerse a sí mismo de que eliminar a un hijo viene a ser como extirparse un grano o ponerse tetas. La entrada en vigor de una nueva Ley del Aborto, aún más injusta que la anterior, reclama de nosotros una actitud ejemplar de resistencia creativa que sea capaz de abrir espacios, fuera de la política de partido, para revitalizar el tono mortecino que parece habernos invadido. Es verdad que en la propuesta de belleza y esperanza la Iglesia se está quedando cada vez más sola, pero también es cierto que la inviolabilidad de la vida humana inocente desde su inicio hasta su término natural puede y debe ser defendida desde el patrimonio común de la razón. Aprovechémoslo para recuperar el protagonismo de la sociedad civil en ese ámbito privilegiado de las relaciones humanas que es la cultura:la cultura de la vida.
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